miércoles, 20 de noviembre de 2013

UNA HORITA CORTA

- Señor, dame una horita corta.
Una horita corta. Tres sabias palabras para resumir el tránsito al más allá. Y en el fondo mi padre, que solo fue a la escuela hasta los nueve años, fue un sabio de la vida. Su forma de comprender el mundo, su perspicacia, su discurrir, eran geniales. Genial su agudeza, comentarios del día a día. La sutileza y la picardía con que sabía analizar sentimientos, personas y situaciones.
La horita corta fue el lunes 18. La muerte tiene una mala cara impresionante. Eso no es para vivirlo ni para contarlo, es para sufrirlo. Aunque sepas que con 90 lo mejor es, por agotamiento, rendirte. 
Detrás de todas las palabras de consuelo y lógica matemática del 1+1+1+1 etcétera igual a 90, está la pérdida de la persona que nunca más vas a poder ver. Y te asaltan los momentos, y coges con suavidad la bata que se ponía y las lágrimas se te suben como una marea loca a los ojos, el estómago te da la vuelta. Porque sabes que esa persona era parte de ti, que había sacrificado muchos momentos por ti, que se había desvivido por ti y renunciado a muchas cosas por hacerte a ti la vida un poco más fácil o un mucho.
La muerte es el trago amargo. La muerte es el absurdo de la creación. ¿Puede un creador crear para romper? Kafka lo intentó y hasta Miguel Ángel le dio un martillazo a una de sus figuras, cuenta la leyenda. Pero esa incógnita no termino de resorverla. El cura nos dijo que es que es para estar más cerca de Dios. ¿Más cerca? En el uso de las palabras y lecturas manipuladoras se llevan la palma. ¿Para qué más cerca si Dios está en todos lados? No quiero discrepar. Reconozco que para muchas personas es la fe que aprendieron de chico lo que les salva. Es el consuelo a este absurdo kafkiano. Y para él fue importante creer y lo respeto. Hasta Brassens cantaba aquello de que le gustaría tener la fe en Le Mécreant.
Y respeto sus incongruencias, sus contradicciones, sus despertares, sus miedos. Todo. Porque una persona es el cúmulo de muchas circunstancias. Nacer en el 23 con solo un campito con un naranjo pero que no podían comer naranjas y una gallina pero que no podían comer huevo más que el jueves de Pascua, tiene que ser complicado. La República del 31 no cambió las cosas porque aunque tuvo amagos de cambio, el único cambio que él notó fue que mandaron dos camaradas al campo que se comían lo poco o nada que había. La guerra del 36 empeoró las cosas y cuando entró en el ejército entendió que la mejor forma de vivir era desertar del arado y se quedó en un mal lugar. Sin derechos y con miles de privaciones. Para un hombre de conciencia, la frustración le invadía en cada acto. Los compañeros lo tenían como un patito feo. Siempre fue diferente. Jamás puso una multa.
Criar cinco hijos en aquellos años tampoco podía ser tarea fácil con trescientas pesetas, sin seguro, sin nada. Y la semana no tenía 35 horas de trabajo, podía tener 140.
Por fin murió Franco y por aquel 75 se jubiló de un cuerpo que lo tenía secuestrado y amargado. El segundo empleo cuidando el jardín de un instituto y haciendo pequeñas reparaciones le dio la oportunidad de hacer lo que a él le gustaba. Ahí fue feliz. Pero, siempre hay un pero, la ley de incompatibilidades que se pensó en el 80 para que los políticos no duplicaran sus trabajos no pilló a ningún político pero le pillo a él sí y tuvo que dejar el trabajo.
Con lo vivido y otras coplas entiendo su carácter negativo ante las cosas, sus miedos. Conmigo se confesaba, le gustaba mucho hablar. Me contaba cosas que tenía en su memoria muy duras que había pasado, como la muerte de su hermana acusada de adulterio en años tan hipócritas y mezquinos.
Pero me quedo con su grandeza. Lo comparo con otros compañeros y él nunca se compraba lo bueno para él, "esta acediita fresca para el cabeza de familia". No tenía afición por irse al bar, por gastar lo poco que había. Todo el dinero de la paga se lo entregaba a mi madre que era quien administraba con mucho juicio ese dinero para que hubiera para el mes y guardar un poquito para necesidades. Sacrificio, sacrificio, sacrificio.
Con un trabajo duro y mal pagado en el marco de una dictadura, su carácter era en ocasiones difícil. El lugar que se ocupa en la familia es importante: mis hermanos mayores se las llevaban todas. La vida lo había hecho desconfiado y el no por respuesta era lo habitual. Y si alguna vez tenía una debilidad para dar el sí, a la mañana siguiente se arrepentía y desautorizaba lo que había dicho.
-¿Puedo ir a la feria?
- ¿Me puedo comprar un coche?
- ¿Puedo hacer un viaje?
No. No. Sí pero no. Rumiaba las situaciones, se ponía en lo peor y te prohibía hacer tal o cual cosa. El año 76, 77, 78, fueron complicados porque mis hermanos respiraban aires de libertad que él no podía asumir. Un padre es un padre, un comunista es un comunista. El sexo, el amor libre. Un país cambiaba muy deprisa para unas personas que hablaban a los padres de usted y que primero tenían que cortejar al padre de la novia que a la novia propiamente,
El lugar que se ocupa en la familia es importante. Yo era el cuarto y jamás preguntaba. 
- Papá, me voy a Canarias. Por esto, por esto, por esto.
Las relaciones en la familia son muy difíciles. Los padres imponen principalmente su autoridad en los hijos mayores y luego van aflojando. Tal vez por eso nuestro padre no era el mismo padre para cada uno de nosotros. Yo partía de toda su vida anterior, entendía que era yo el que estaba obligado a comprender su postura ante las cosas y que él no iba a comprender las mías. Cuando publicaba algo en el periódico o en la revista del instituto se lo llevaban los demonios. Pero ya estaba hecho. 
Mis hermanos consultaban y como para él era impensable comprar un piso y meterte en "una trampa" tan gorda, pues decía que no. Como estar en la feria a las dos de la mañana "donde solo había putas y delincuentes" pues decía que no.  Y que no te pillara el discurso de la ira, o una perolata avinagrada sobre el comportamiento humano. Yo me reía y de él aprendí también que las cosas hay que hacerlas de otro modo. Que el miedo y la desconfianza permanente te perjudican. La preocupación tiene en el "pre" a su mayor enemigo. Siempre te crees que va a pasar lo peor. Esa imagen de padre asomado a la ventana hasta que llegaba el coche de alguno que estuviera fuera lo he vivido. Y alguna que otra bronca también. 
¡Qué difícil ha tenido que ser para las personas que nacieron en la primera mitad del siglo XX vivir tantos cambios!
Todo esto lo viví ayer y los recuerdos se me agolpaban en la cabeza mientras que las conversaciones en una habitación de Tanatorio se desviaban hacia otras tantas cosas de la vida que nada tienen que ver con el pobre finado.
Estaban jugando a baraja
en la puerta el cementerio.
Todo el mundo estaba riendo
solo el muerto estaba serio.
Al sentir tanto alarido
el muerto se levantó.
Apagó todas las velas
y el velorio se acabó.
De estas dos estrofas del inolvidable Quintín Cabrera me acordaba ayer. En el día que menos ganas tienes de hablar con nadie, más tonterías tienes que decir. Yo solo tenía ganas de cantar canciones de Lluis Llach e iba por el pasillo musitando cuando la ola me lleve a la playa de los muertos... Y me acordaba de los velorios de antaño que cantaba Brassens, esa copa de anís que se ofrecía, esa otra forma de entender el tiempo y la vida. 
Se fue. Me alegro por él que ya no quería sufrir. Lo lloro con emoción porque fue un hombre bueno y sabio en una vida difícil. Comprender al otro es mi fe que, de momento, me hace estar aquí.


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