viernes, 4 de octubre de 2013

JOSE, EL GALLEGO.

Hace 29 años todo era manual. Yo tenía 22 y aprobé con buen número, eso ya lo has contado abuelo. Lo cierto es que cada 4 de octubre me acuerdo de La Graciosa, mi primer destino. Nos convocaron a 6 y yo tenía Fuerteventura o dos plazas en La Graciosa. Pues me fui a La Graciosa y conmigo el gallego que venía detrás. Menudo bote de alegría dio el 77. 
Lo absurdo es que al día siguiente convocaran a los diez siguientes con plazas en buenos sitios, y así hasta mil plazas. 
Pero estoy feliz de que así fuera. El primer año alquilamos una casa por 10000 pesetas pero ganábamos 127.000. Cuando llegamos a Orzola no salía barco porque estaba el mar malo y nos quedamos en casa de unos señores mayores. Al día siguiente cogimos el barco que llevaba la fruta. 
Pero Jose me enseñó muchas cosas. Me enseñó a ser prudente, a pensar. Me enseñó dichos que he recordado toda la vida: amigos amigos y burros al linde, si por darle a alguien en la cabeza te vas a dar tú, mejor que no lo hagas. O cuando aquella chica me ofreció conocernos mejor.
- Miguel ¿te interesa?
- No
- Pues entonces no entres.
Que sí, que hay una entrada muy parecida. Pero todos los 4 de octubre me acuerdo de este trozo de mi vida. Después todo fue fácil, pero no es lo mismo comenzar a trabajar con 22 y fijo que con 35 años y de esta manera. 
Jose comía sin chistar lo que yo le ponía y un primer año donde no tenía la medida de las cosas. Ahora soy un excelente cocinero y un perfecto amo de casa que igual plancho un huevo que frío una corbata.  Pero mis primeras lentejas dejaban mucho que desear. 
Estábamos todo el día juntos. Nos decían la una y media en un lugar en el que sin duda éramos dos tipos raros. Fumaba muchísimo y una vez al mes se iba de putas. Era 13 años mayor que yo. En junio del 85 me despedí de él y nunca más lo vi.