viernes, 17 de junio de 2011

Rubia, me debes una.

En esta noche inmensa, más inmensa sin ella, que decía Neruda, celebro diez años de cansancio y agotamiento.
Diez años hace. No quiero ni pensar cuando sean mil. Mil años hace y unas horas, recita Serrat en su disco rojo, precioso por cierto.
Estaba hoy por la playa rememorando aquel 2001 que según llegaba de una excursión me esperaba el señor inspector para decirme que mis compañeros y compañeras del colegio me habían señalado con el dedo para ocupar la jefatura de estudios.
- Los cargos no me interesan, D. Manuel. De joven aprendí que tener un carguillo era una estupidez. Prefiero aportar desde otros espacios.
- Pero este colegio necesita un cambio.
- Estoy de acuerdo. Pero este centro es un barco viejo y se puede hundir fácilmente y hay que tener mucho cuidado donde se pisa. Y yo no quiero trabajar con lo que hay.
- ¿Y si yo te digo que tengo la persona capaz de renovar y modificar todo esto?
- Pues ahi me ha pillao, no puedo negarme a todo.
Pasados unos días quedé con esa persona para tomar una cerveza. Le expliqué mis dudas, le dije los obstáculos que divisaba, le abrí mi corazón como las flores. Y a todo me dijo que tomo nota, tomo nota, tomo nota.
Durante cuatro años trabajé a su lado dejando mis mejores ideas, mi tiempo, mi vida. Al cabo de estos díez años me pregunto por qué aspiran a cargos estas señoras de tinte en el pelo si su desconocimiento es tan solo comparable a la fidelidad a una especie de partido político que premia acercamientos y si wuana. Personas que no se miden por lo que valen, sino por lo que tragan. Personas que a todo dicen que sí a nada dicen que no, personas que tienen muchas caras para mentir, mucho talante para engañar, muy poca conciencia para decir hasta aquí. Tragaldabas,
Pasados cuatro años le dije no, no no no no no, ya está marchita, la margarita que en el pasado he deshojado yo.
Y sin ánimo alevoso de maltrato le di una patada en el culo. Ella tendrá su versión, pero nunca me explicó después de aquella cerveza como estando el trabajo y la vocación de mi parte se volcó hacia la corrupción y la mierda. Nunca lo entendí, jamás lo comprenderé. Rubia, me debes una. Creía que cerveza, pero es explicación.
Seis años después yo dirijo y sigo necesitando en ocasiones la boquita prestá. Pero menos. Ni por bueno ni por malo, la gente mide por lo que haces y en seis años me he dejado las uñas y el pelo, en fin, en cien años todos rapadiños.
Me gustaría un mundo sin atropellos y con más honestidad y franqueza para que aquellos que te acusan de ser el malo en el país de los buenos se tuvieran que sentar delante tuya y dar explicaciones. Pero no es así. Los mecanismos de defensa existen porque la podredumbre siembra de palabrería la realidad. Así nos va.

CHAQUE JOUR UNE CHANSON: LA CANCIÓN DEL OTRO YO

LA BOQUITA PRESTADA. Eso al menos decía Eugenia. Eugenia es una persona muy sabia. Cuando veía al que ladraba por uno y se olvidaba de sus 100, cuando veía quejarse al compañero por una sustitución cuando él faltaba mucho más, cuando oía a alguien criticar por algo insignificante cuando su vida era un cúmulo de absurdeces, siempre decía:
- Tendríamos que tener una boquita prestada.
Muchas veces yo he pensado en la cobardía de no decir las cosas pero poco después he llegado a la conclusión de que carece de sentido. No por no estar enfrentado a mucha gente, que de todas formas terminas estando, sino porque el que es subnormal sigue siendo subnormal y justificando sus desventuras y sus mezquindades.
Me resulta más cuerda esta interpretación de la realidad que nos ofrece Rafael Anor: la canción del otro yo. Ante una realidad plural y compleja hay distintas salidas. ¿Pecamos de hipocresía? Tal vez.¿Estamos libres de pescado? Nunca, los besugos mayores somos nosotros.

Gracias Rafael por tu poesía y tu sentido del humor.