lunes, 13 de mayo de 2013

AQUELLA MAÑANA. (1982)

Aquella mañana desperté con una húmeda sensación. Era como si hubiera estado arrastrando enormes piedras toda la noche para construir una pirámide de un faraón inexistente; era como si, condenada a galeras, hubiera estado remando sin tregua en una embarcación varada. Más que esclava, cautiva o denigrada, me sentía vacía y absurda. Sentada en la cama con la cabeza apoyada en las rodillas una mirada blanca recorría la habitación. Pensamientos difuminados me hacían cabalgar por lugares conocidos pero inhóspitos. Despierta como estaba no podía controlar una mente de espuma.
Hacía tres días que no lo soportaba y sólo dos que lo conocía. Era como si antes de conocerlo presintiera algo. Es eso que llevas dentro y no sabes bien qué.
El sueño no lo había tenido intenso. un leve resquemor me envolvía a modo de áurea de pies a cabeza. Incluso me levanté tres veces, dos al baño y una más por frío cuando, en realidad, tenía varios miembros excesivamente calientes. Mi estado de tensión lo sentencié como inexplicable y ello me calmó lo bastante para no seguir  planteándomelo como incógnita aunque realmente lo era. Concilié un sueño de quince minutos supongo que por un exceso de agotamiento. Dormí pero no descansé y no me atrevo a suponer más.
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Un sol amarillo me saludó desde el cielo a mediodía. después de la ducha y un suave desayuno empecé a ver las cosas de un modo diferente. Su mirada me pareció más franca y sus destellos de ingenio los acogí con menos frialdad. Al fin y al cabo estaba siendo injusta con él, apenas lo conocía y no había motivos para estar continuamente en guardia.
Aprecié que, por su parte, su empeño en contradecirme tenía un sentido lúdico, casi infantil. Sentí deseos de abrazarle, disculparme fraternalmente por el abuso que mi pensamiento había cometido con él. Mi mundo de cristal se quebró tímidamente y volvió a ser arena. Podía volver a pisar con firmeza, desterrar el aire frágil que me envolvía y encima le daba pie para colocarse sobre mí.
Decidí invitarle a almorzar y él, con una sonrisa de haber ganado la batalla, aceptó. No me afectó esa sonrisa porque ya la guerra había terminado para mí o, al menos, había decidido utilizar esa táctica.
Almorzamos y bebimos pero, sobre todo, hablamos. O más bien habló. Me contó su soledad, sus aficiones, su pasado y también me declaró que yo era su mujer ideal.
Pero yo no lo oía. O más bien  repartía la atención entre lo que él me contaba y los implacables juicios que me hacía a mi misma. Había sido un monstruo, una loba feroz. ¿Cómo había podido formarme un criterio de una persona que no conocía?
Pasaron las horas y cuando salimos del almuerzo ya atardecía. Había sido un almuerzo largo y cordial. Lo acerqué a su casa y nos despedimos.

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   La  noche cayó ligera. El cielo quedó aún más despejado y una brisa cálida alegró mi corazón festivo.  La calle iluminada era una feria y no hubiera sido ningún disgusto para mí dar de frente con otro coche para bajar del mío cuando el otro conductor me llamase "Estúpida", responderle muy seria:
- "Amigo, si no le gustan los coches choques no haberse subido".
Al fin llegué a casa. Me senté y no podía estar sentada. Abrí el grifo pero no quería beber agua. Pensé que debía estar cansada y que me convenía una ducha y reposar en la cama. Pero no podía pensar mucho tiempo. Pasé junto al espejo y me detuve, me detuve bastante tiempo, no sé exactamente cuanto. Puse varias caras de mujer feliz y me propuse no volver a probar el vino.
Mis pies me llevaron a la ducha y al poco me encontré fuera y duchada. Me instalé en la cama pero me perdía. Una mirada inmensa atravesaba los muros y juzgué:
a.- Que no era el vino
b.- Que las nueve no eran horas de estar en la cama.
MIGUEL ALCEDO. 1982.
ESCRITOS ENCONTRADOS.
Encendí un cigarrillo y entre el humo fui leyendo lo que debía hacer. Iría a su casa y jugaría con él a la contradicción y no me iba a importar nada aceptar lo que me propusiera. Porque cualquier cosa menos pasar una noche como la anterior.
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CANCIÓN PARA UN NIÑO EN LA CALLE, HAY UN VÍDEO QUE SE QUIERE DEJAR VER

Yutu me señala con el dedo. Todos me muestran con el dedo, salvo los mancos, quiero y no puedo.
Pero una de las canciones que he eliminado me llegaba al alma. La letra no era mía. La música tampoco. Las imágenes eran prestadas.
Pero me gustaba esta canción como algo muy mío. CANCIÓN PARA UN NIÑO EN LA CALLE.