miércoles, 25 de mayo de 2011

HORA DE DESPERTAR.ANTONIO MÚÑOZ MOLINA

Con palabras precisas, con vivencias personales, Antonio Múñoz Molina dice como nadie lo que yo digo de otra manera. Como la conjunción de ideas es necesaria porque de estas dos constelaciones... que me he lia, que me he liao. Con ustedes, Múñoz Molina.

He pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos. La broma empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en el mundo, y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político campechano y majete proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid aquello de “¡ El que no esté colocao que se coloque, y al loro!” Tierno Galván, que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no ha dejado de agravarse con los años, la corrupción municipal que volvía cómplices a empresarios y a políticos.

Por un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche de su clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud de políticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente que ni siquiera servía para hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio. Llevar la contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra. En esos años yo escribía una columna semanal en El País de Andalucía, cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de un televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos por mi artículo, entre ellos, por cierto, un obispo. Recuerdo un concejal que me acusaba de “criminalizar a los jóvenes” por sugerir que tal vez el fomento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de una institución pública, después de una fiesta de la Cruz en Granada que duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras.

El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la satisfacción del hacer. Es algo que viene de antiguo, concretamente de la época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o morisco, o hereje. Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven. La omipresencia del ser cortocircuita de antemano cualquier debate: me critiacan no porque soy corrupto, sino porque soy valenciano; si dices algo en contra de mí no es porque tengas argumentos, sino porque eres de izquierdas, o porque eres de derechas, o porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta bárbara está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora,o de donde sea; si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuántos miles de millones de euros en un edificio faraónico es que eres un rojo; si te escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre cúpula de Barceló en Ginebra es que eres de derechas, o que estás en contra del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso escolar en España es que tiene nostalgia de la educación franquista.

He visto a alcaldes y a autoridades autonómicas españolas de todos los colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios o comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para “presentar” un premio de poesía. Presentar no se sabe a quién, porque entre el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos españoles de los que viven aquí. Cuando era director del Cervantes el jefe de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en el coche oficial. Preferí esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y dejarnos a todos, al séquito y a mí, esperando durante varios minutos. “Era Plácido”, dijo, “que viene a sumarse a nuestro proyecto”. El proyecto en cuestión calculo que tardará un siglo en terminar de pagarse.

Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.

Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.

Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto.

DE UN TIEMPO, DE UN PAÍS. Tres canciones para un momento


Me preocupa la entrada futil del blog que hoy si y mañana no. Pero en estos tiempos futiles que no sutiles hay poco de futuro. Veo en la prensa esta imagen y pienso que Zapatero no tendría que arquear la frente cual paréntesis eterno. Lo suyo no es el paréntesis. Con las cejas tendría que hacer una interrogación con una depilación puntera y moderna para ponerle un puntito. Y lo digo desde el aprecio. Porque sé que José Antonio Labordeta lo apreciaba. La cara de Zapatero es muchas veces la de la canción de LABORDETA "A veces me pregunto que hago yo aquí"
José Luis Rodríguez Zapatero es, por encima de todo, un idealista.Y lo digo desde el respeto y desde la cercanía: yo también soy un utópico anormal que no sé la mitad de las veces por qué estoy donde estoy. Javier Krahe también tiene un verso para la ocasión en LOS CAMINOS DEL SEÑOR que dice: "no comprendo, ay de mi, que hago aquí" porque en un caso de amnesia sin precedentes había entrado en la iglesia.
Rubalcaba sin embargo es el espíritu cansado. Es el que todo lo sabe. Es ese Dios cansado que tiene que seguir actuando aburrido del mundo que ha creado. Sus acólitos le exigen que no dé pie a los infieles a pensar en su inexistencia y que diga "AQUÍ ESTOY YO"
Chaves, ya ves, es el abuelo agotado que ha recibido tantos palos y ha visto tanto que está deseando cerrar los ojos y dedicarse a cuidar sus rosales. Pero tanto trabajo y ahora para nada...
Los tres tienen miedo de dejarlo todo en manos del azar, de las nuevas generaciones. Y yo les preguntaría lo que Carlos Cano en la METAMORFOSIS: ¿QUÉ COSA SE REPARTE, QUÉ SERÁ LO QUE DAN?
Habéis cumplido una etapa. Sed valiente y demostrad vuestra sequía (esa es la sed valiente). Dáis grima en esta imagen y en toda la que han salido estos días.
Zapatero parece que le están obligando a elegir un congreso que todo lo resuelva en 24 horas y, aFERRAndose a la utopía, sigue defendiendo a su Prima//ria la Carmé.
- Nos vas a dar un congreso. QUIZÁ, QUIZÁ, QUIZÁ, responde con su cara de lechuza sabia.

Alfredo PÉREZ RUBALCABA está cantando flamenco porque el cuerpo no le aguanta. Se ha puesto en el mp4 a María Jiménez y está musitando ESTOY A PUNTO DE LLORÁ y SE ACABÓ. Incluso creo que le he escuchado SE ME ESTÁ ACABANDO LO BUENO QUE SOY Y ME ESTÁ LLEGANDO LO MALO POR DENTRO. YO NO SÉ MATÁ PERO VOY A APRENDÉ.

Con el índice en la barbilla, Manuel Chaves no simula un disparo. Se exige a si mismo tener la mirada perdida para no mirar a nadie. Demasiadas traiciones, demasiadas puñaladas, demasiados GOLPES BAJOS. Aunque no lo creáis está cantando NO MIRES A LOS OJOS DE LA GENTE. No salgas a la calle cuando hay gente.

Chicos, hacedme caso. Renovación ya. Savia nueva. No estiréis el cuerpo y disfrutad del tiempo perdido que es el mejor de los tiempos. La angustia de vuestras caras se arregla apostando por nuevas ideas, personas que vean el mundo y la situación de otra forma.
Ya sé que muchos viejos barones están cantando lo que cantaban los dictadores en la transición que era APERTURA, CERRADURA, ESTO ACABARÁ EN RUPTURA.
Pero no tengáis miedo. Los tiempos son otros. Y si tiene que gobernar un tiempo Pepe Rajoy que lo haga. A ver si así resuelven la crisis del capital que ellos mismos sacudieron a los cuatro vientos apoyando a la banca, a las grandes empresas como telefónica, a las grandes constructoras y otro viento escatológico que lanzan y dicen:
- PÁ LOS TRABAJADORES.
ÁNIMO. No os dé miedo a marchar. Haceros un ERE romántico y avisáis al CONSORCIO que os cante el ERE TÚ, ASÍ ERE TÚ.