martes, 18 de octubre de 2011

UNA DECISIÓN TREMENDA.

Hoy he llegado a casa con el alma en los pies.
El aturdimiento y el cansancio se habían apoderado de mi.
Varios días de trabajo continuado, el sopor y la fatiga, habían hecho mella en todo mi ser.
Era el momento de tomar una decisión.
Frente al plato de comida, una nausea fuera de lo normal y un profundo abatimiento me doblegaban.
Había llegado el momento.
La frustración aparecía sin disfraz en los posos  del café. Un estado semifebril se apoderó de mis sentidos. Una punzada en las entrañas, un estremecimiento en la médula y un tiritar en el alma me provocaban un triste estado de ánimo. Una arcada amarga de vértigo inmundo me cubrió el velo del paladar, valga la redundancia.
En ese túnel se hacía imprescindible reaccionar. La oscuridad era lóbrega. 
¿Qué estaba haciendo con el tiempo?
¿Qué estaba haciendo con mi vida?
Sendas interrogantes me provocaron un sentimiento de rebeldía intestinal y en mi corazón, de improviso, flotó un deshecho de mi mismo, un muñón de mi alma, un complemento indirecto, un apéndice subordinado y circunstancial.
Una pena con tintes de rabia azul se apoderó de mi mente. Un lamento, un quejío rojo teñían mi cruda realidad.
La desolación se apoderó de mi y un abismo sepulcral inundó mi espíritu de un vacío angustioso.
La bruma ocupaba hemisferios de mi cerebro con una espesura densa.



 En ese mismo momento decidí tomar una decisión tremenda.
Me fui al sofá y eché una siesta de media hora. Como nuevo, tú.