miércoles, 10 de marzo de 2010

PAPAS ARRUGAS. NO CAI EN QUE DEBÍA TOMAR MEDIDAS


EL NUEVO CASO DE PEDERASTIA AFECTA AL MAZINGER PAPA. SU HERMANO, TAMBIÉN PAPA ARRUGÁ, DIRIGÍA UN CORO Y EN LUGAR DE CONFESAR HA CONFESADO QUE NO SABÍA QUE TENÍA QUE TOMAR MEDIDAS.
VAMOS, QUE LE DABA IGUAL QUE 25, 30 Ó 40 CENTÍMETROS.
Lo cierto y verdad es que la iglesia las empalma una detrás de otra. Todo es ir contra natura.

ER DINERO.QUE ME PAGUES LAS 30000 PEETAS

Leí el cuento de Juan El bobo y me ha ocurrido una situación tan similar que no tengo por menos que confirmar que los tontos son auténticos toros bravos. Que casta tienen y como se empeñen en algo ya te puedes ir despidiendo.
Hace algún tiempo transcribí este cuento para la web del cole y ahora me lo cuelgo aqui por no colgarme yo.
Hola amigo. Gracias por leerme. Yo soy Juan pero mis amigos me dicen Juan-el-bobo. La verdad es que no sé muy bien por qué.

Una vez me aprendí una poesía muy bonita que decía:

Juan el bobo fue a la feria

Y un pastel quiso comprar

Y le dijo al pastelero

Que se lo deje probar.

Para probar el pastel

Haz de pagarlo primero.

¿Cómo quiere que lo pague

-dijo el bobo- sin dinero?

Y desde ese día mis amigos me llaman Juan el Bobo. Pero me lo dicen con cariño y saben que conmigo no se pueden pasar mucho, que tengo un genio más grande que el de la lámpara de Aladino.

Te voy a contar un poco mi historia porque así aprenderás que no hay que reírse de los chicos más torpes, lo importante es el respeto y ponerte en el lugar mío ¿a ti te gustaría que te lo hicieran?

Yo nací cuando era chico. Madre era una mujer mayor que yo que casi siempre estaba triste. Estaba triste porque padre salió un día a comprar el pan y todavía no ha vuelto. Yo me imagino que cuando llegue el pan estará duro y madre le echará una bronca como las que me echa a mí:

- Juan, recoge ahora mismo todo lo que has tirado al suelo.
Vivimos en el campo y madre siempre está cuidando cerdos, dándoles de comer a las cabras y sacando la miel de las abejas. Pero madre siempre está enfadada porque se acuerda mucho de padre

- ¡Maldito sinvergüenza! Abandonarme aquí con estos cerdos y estas cabras y este hijo medio tonto! Ay Dios mío! No tengo tiempo de nada entre los cerdos, las cabras y este hijo mío. Si no voy pronto al pueblo a vender algo me quedaré sin luz y sin teléfono y no podré ver la telenovela. Esa que dice: Yo soy rebelde.....
Entonces yo viéndola tan triste me ofrezco a ayudarle:

- Madre, yo puedo ayudarte. Yo voy al pueblo y vendo lo que tú me digas ¿vale madre?
- Pero Juan, hijo, seguro que te engañan. Yo te quiero y me gusta que me quieras ayudar, pero no puedes. Te engañarían.
- ¿A mi? -le digo yo- A mí no me engaña NADIE, NAIDE, que quede claro. Yo tengo mi garrota y nadie me engaña.
Tanto insistí que madre decidió probar. Una vez fue ella al pueblo y me dejó al cuidado de las abejas y de cerdos y cabras. Pero cuando volvió nos encontró a todos en una carrera loca. Primero los cerdos y muy pegaditos a ellos las abejas. Se me había ocurrido sacar el panal y darles miel a los cerdos para sacar el jamón dulce. Pero las abejas no lo entendieron bien y quisieron inyectarles a los cerdos directamente con su aguijón. Cuando llegó madre y vio a los cerdos con las marcas en el trasero se puso a llorar y a desesperarse. Yo la tranquilizaba diciéndole que era una matrícula nueva. Pero ni por esa. Madre venga a llorar. Tanto me puse triste que decidí ayudarle en serio.

- Madre. Yo puedo ayudarte. Dame algo para vender y tendrás dinero para pagar agua, luz y teléfono.
Madre me dio una pata de jamón para vender en el pueblo. Por la mañanita temprano cogí la pata de jamón y cuando llegué a la primera casa del pueblo llamé a la puerta. Era una casa muy grande y nadie me contestaba. Entonces llamé otra vez y tampoco. Así que me subí a un árbol y salté la tapia. Dos perros grandes vinieron a buscarme así como para morderme y enseguida pensé... "estos me quieren comprar el jamón". Sin pensarlo demasiado porque ya estaban cerca cerquita de mí, les tiré el jamón. "Mañana, mañana vengo a cobrarlo"

Cuando llegué a casa le conté a madre mi aventura con los perros y madre empezó a llorar, yo pensaba que triste por lo cerca que los dientes de los perros estuvieron de mis calzones. Pero madre decía

-¡Qué desgraciada soy! ¡Jamón a los perros!

A la mañana siguiente muy temprano me levanté, cogí mi garrota y salí de casa sin despertar a madre. Cuando llegué a la casa grande, trepé el árbol, salté la tapia y grité:

- Perros, perros. Vengo a cobrarme el jamón.

Los perros, nada más verme, vinieron a mí con mucha alegría pensando que yo les iba a soltar otro jamoncito. Muy amable les dije:

-¿Me podéis pagar el jamón, por favor? Pero ellos se hicieron los sordos. Entonces levanté la garrota y empecé a correr detrás de ellos pidiendo lo que era mío y salió el dueño del cortijo que me conocía

-¿Qué quieres, Juan?

- Que ayer les vendí a los perros una pata de jamón y hoy no me la quieren pagar y entonces madre no podrá pagar la luz para ver la novela y se pondrá más triste todavía.

- Pero Juan, ¿cómo se te ocurre echarle jamón a los perros?

- ¡Ah! Yo les pregunté y ellos dijeron guau, guau. Eso quiere decir sí, sí.

- Anda, toma los 30 euros del jamón y la próxima vez no le preguntes nada a los perros.

Tonto de contonto me fui a casa. Madre se puso a bailar como el día en que la cerda parió 7 cerditos. Me dio un abrazo tan fuerte que casi desaparezco entre sus brazos y me dijo:

- Muy bien, hijo. Veo que te estás convirtiendo en un hombre de provecho. Mañana te daré otra oportunidad y llevarás la cabrita para venderla igual de bien.
A la mañana siguiente me levanté muy temprano otra vez porque a quien madruga buena sombra le cobija, pasé por la casa de los perros y ya en el pueblo entré en la casa más grande que tenía mucha gente dentro. Había un señor levantando las manos y diciendo "arrepentíos, arrepentíos" Y yo pensé "uf, esta gente no pagan y le están echando la bronca" Me dijeron que saliera con la cabrita porque estaba en la casa de Dios y entonces me metí en una habitación que tenía a un señor con las manitas juntas mirando al cielo. Como tenía carita de bueno yo le pregunté:

- ¿Me quieres comprar la cabrita? El hombre seguía rezando pero tenía unas velas encendidas y me pareció que me estaba diciendo que sí con la cabeza. Así que le amarré la cabrita al zapato y me volví a casa.

Cuando llegué a casa madre me pidió el dinero y le conté lo que me había pasado. Madre se puso triste y me dijo entre lágrimas que había entrado en una iglesia y le había vendido la cabra a un santo. Yo pensé para mí que si eran tan santo a la mañana siguiente me pagaría.

Así que a la mañana siguiente cogí mi garrota y salí caminito de la iglesia. Cuando entré estaba vacía y sólo vi al hombre que me había comprado la cabrita. Le pedí el dinero por las buenas pero se ve que como era un santo se quería hacer de rogar. Yo no tengo mucha paciencia así que a los dos minutos cogí mi garrota para asustarlo y la moví en el aire, con tan buena suerte que di en la piedra que tenía en sus pies y salieron monedas y monedas.

- ¡Qué pillín!¡Estabas jugando al escondite!.
Recogí todo el dinero y volví a casa. Madre estuvo cantando toda la tarde y de vez en cuando venía y me daba un abrazo. Me dijo que a la mañana siguiente vendería una olla de miel y que ya con eso tendría para pagar todas las facturas.

Me levanté muy temprano. Pasé el cortijo y la iglesia y llegué a la plaza del pueblo. No había nadie. Me senté en un banco y como me levanté tan temprano enseguida me entró sueño y me quedé un poco transpuesto. Cuando desperté las moscas se habían comido la olla de miel y entonces salí corriendo tras ella para que me la pagaran. Tan enfadado estaba que era yo el que atropellaba a los coches.

El guardia del pueblo llamó al alcalde para ver que podían hacer conmigo y el alcalde contestó "ya se cansará. Déjalo, pobre tonto".

En ese momento una mosca se puso y se posó en la cabeza del señor alcalde y yo le dije:
- ¡No se mueva señor alcalde! ¡Ahí está la mosca que se ha comido mi miel!

Y le largué tremendo garrotazo a la mosca pero ¡uy! La muy astuta salió volando en ese momento y, sin poderlo remediar, el palo siguió su camino y al pobre alcalde lo dejó allí sin poderse menear.

-¡Ay, ay, ay! Genaro -que así se llamaba el guardia- dale a Juan veinte euros y que se vaya corriendo a su casa antes de que nos destroce el pueblo.

Muy feliz llegué a casa donde madre me había preparado un bizcocho con miel y desde aquel día mi madre siempre confía en mí para que yo le haga los recados que hagan falta.