He leído en EL PAÍS un artículo que responde a todas las dudas que me plantea el trabajo que estoy haciendo en educación. Es cierto que veo alumnos /as desmotivados, viejas instalaciones y profesorado poco preparado. Poco exigente. La frase alumnos del siglo XXI, con profesores del siglo XX en aulas del siglo XIX me resulta clave y buenísima. Es un artículo completo que me sirve mucho para reflexionar sobre muchas cosas. FELICIDADES A SU AUTOR.
Unos creen que el problema es que profesores del siglo XX intentan educar a jóvenes del siglo XXI en unas escuelas del siglo XIX, y por eso no termina de funcionar. Otros, que se han perdido valores básicos de la educación, sobre todo, la disciplina y el esfuerzo. En realidad, son dos maneras distintas de enfrentarse a un mismo hecho: que los docentes no tienen claro, no encuentran o no les ofrecen las herramientas necesarias para enseñar a unas nuevas generaciones de jóvenes que no responden de la misma manera que las anteriores a la educación escolar.
Una generación que "ha crecido en un ambiente más amable y con más libertad", que aventaja "a los mayores y al profesorado en algunos aprendizajes", por ejemplo, en algo tan central hoy día como las nuevas tecnologías, explica el catedrático de Didáctica de la Universidad de Valencia José Gimeno Sacristán. El sociólogo de la Universidad de Salamanca Fernando Gil lo plantea de manera más cruda: "Los profesores se enfrentan a los alumnos, especialmente los adolescentes, más desorientados de la historia. Sin el apoyo de las creencias religiosas e ideológicas, flotan a la deriva del consumismo y de la Red. Tienen los padres más permisivos de la historia, con problemas para ejercer la autoridad, lo cual se observa cuando hay tensiones en el centro, porque se posicionan más del lado del hijo-alumno que del lado del profesor".
La percepción de los docentes españoles sobre el ambiente escolar (la disciplina en el aula, las relaciones profesor-alumno) es la peor de los que han participado en el Informe Talis de la OCDE, que ha encuestado a 90.000 profesores de 23 países. Mientras unos docentes se quejan de que se les ha despojado de autoridad (reclaman más castigos disciplinarios, por ejemplo), otros explican simplemente que hoy la autoridad hay que ganársela en el aula, como ocurre en todos los ámbitos políticos y sociales de una sociedad en la que el margen de decisión a todas las edades, no sólo en la etapa escolar, ha aumentado espectacularmente en las últimas décadas. Lo que es evidente es que eso ha cambiado en los institutos desde los años ochenta, cuando empezó a trabajar buena parte de los profesores actuales.
Francisco Caballero, profesor desde hace 39 años, en primaria y, luego, en secundaria, explica que cuando él empezó, los alumnos "obedecían, por miedo, por respeto o lo que fuera". Esto duró hasta el 1980 o 1985, cuando los alumnos "empezaron a darse cuenta de que no tenían que obedecer, y sobre todo, que si no obedecían, no pasaba nada". Si al principio eran pocos los alumnos que respondían mal al esquema clásico de la disciplina en clase, luego fueron más, aunque, por supuesto no lo son todos. Caballero, maestro de Matemáticas en un instituto Toledo, no está ni de lejos en la categoría de "profesores quemados", se le nota enamorado de su profesión aún después de tantos años, no culpabiliza a los chavales y ofrece multitud de matices que dibujan la situación: los institutos han pasado de acoger un porcentaje pequeño de la población a intentar enseñar al 100% de jóvenes hasta los 16 años, a los buenos, a los regulares y a los malos (académica y disciplinariamente hablando); en lugar de solucionar los problemas entre todos, profesores, administraciones y familias se echan la culpa unos a otros; los profesores, muchos desanimados, trabajan de espaldas entre ellos (los docentes españoles también son de los que menos colaboran entre ellos, según el informe Talis).
Todo ello ha provocado un fuerte choque en la escuela, sobre todo en los institutos que acogen a los adolescentes. ¿Y cómo reaccionan los profesores? Para el sociólogo Carles Feixa, "a la defensiva, se blindan". Para el docente de instituto madrileño y experto en educación Miguel Recio, "lo afronta desorientado, muchas veces con un gran coste personal y, a veces, recurriendo al corporativismo".
Pero sin duda, por mucho que haya crecido el porcentaje de alumnos indisciplinados, por mucho que el profesor tenga que ganarse el respeto de sus pupilos en lugar de exigirlo sin más, las aulas de secundaria no son esos campos de batalla que se dibujan a veces en el imaginario colectivo. Y, sobre todo, el problema es que esa imagen distorsionada en muchas ocasiones distrae la atención del hecho de que el debate de la escuela va más allá de la disciplina; lo que se enseña y cómo se enseña, sobre todo en la educación obligatoria, también está en cuestión. Y de nuevo aquí, todo tipo de tonos grises planean sobre dos maneras antagónicas de enfrentarse a un mismo problema.
Hay quien pide adaptar los contenidos y las formas de enseñar para acercarlos a una generación que se aburre de muerte en las clases porque la mayor parte de lo que les ofrecen no tiene nada que ver con ellos (un ejemplo: alumnos capaces de distinguir la estructura morfológica de una oración pero no se saben expresar); y los que reclaman la vuelta al contenido clásico, a los conocimientos puros y duros que tradicionalmente se ha aceptado que merecen ser transmitidos.
"La falta de motivación por parte de los estudiantes es la consecuencia y no la causa del problema", dice Andreas Schleicher, director del Informe Pisa de la OCDE que mide los aprendizajes de los chavales de 60 países a los 15 años -porque es éste un debate que trasciende las fronteras españolas-.
Schleicher asegura que lo que se enseña en la escuela cada vez está más alejado de lo que hace falta para salir adelante en las sociedades modernas. "Los jóvenes dominan las tecnologías y los contenidos de la comunicación, pero cuando llegan a la escuela lo primero que les dicen es que apaguen ese botón. Cuando se inventó la escuela pública, todo lo que pasaba allí tenía sentido. A los jóvenes les ofrecían en la escuela conocimientos y destrezas que les iban a durar toda la vida", añade, pero ya no es así.
El experto británico en didáctica de las ciencias, hoy en la Universidad de Stanford (EE UU), Jonathan Osborne considera que Internet ha puesto en cuestión el papel clásico del profesor, el de proveedor único de información y conocimiento. Con ese 100% de adolescentes escolarizados hasta los 16, "la enseñanza puede ser más heterogénea y los docentes se van a encontrar con una gran variedad de necesidades", esto es, que enseñar, algo que nunca ha sido fácil, se convierte en una tarea todavía más difícil.
De hecho, cuando en el informe Talis preguntaron a los docentes españoles en que necesitan más formación, un buen porcentaje habla del control de la disciplina (18%), pero muchos más reclaman más formación en nuevas tecnologías (26%) y, sobre todo, en atención a necesidades especiales de aprendizaje (35%).
Los cambios que se proponen son de tipo: desde simplemente atraer a los alumnos con cosas cotidianas (Francisco Caballero, siempre cuenta cómo usa el recibo de la luz para enseñar Matemáticas), hasta los más revolucionarios que piden reducir el número de materias, hoy muchas y estancas, y pasar a un tipo de enseñanza más parecido al que puede haber en Internet, es decir, ir saltando de un tema a otro, de un área a otra sin corsés.
En el lado opuesto está Ricardo Moreno, docente y autor del Panfleto Antipedagógico. "Los niños, de toda la vida, han preferido estar jugando con sus amigos que ir a la escuela". Para Moreno es claramente el sistema lo que ha fallado, pero no por falta de adaptación a las nuevas necesidades, sino por todo lo contrario: "Hay que volver a la escuela autoritaria y conservadora. La escuela tiene que ser autoritaria (lo que no quiere decir andar con el cinturón) y conservadora, porque su misión es transmitir el saber que debe ser conservado. En música hay que enseñar a Beethoven y no la canción del verano". Echa la culpa a la ley educativa que aprobó el PSOE a principios de los noventa del siglo pasado: "Es un sistema que no educa, que no exige. Los alumnos necesitan rutina y disciplina y el profesor a veces tiene que ponerse ceñudo".
Una y otra visión de la enseñanza tienen mucho que ver, además, con el clima escolar, según el informe Talis de la OCDE. Por ejemplo, en Hungría, Italia, Corea del Sur, Polonia y Eslovenia, los profesores que creen en una enseñanza más participativa del alumno son más propensos a decir que el ambiente en clase es bueno. Mientras, los docentes que prefieren la transmisión directa de los conocimientos, la clásica, la unidireccional en la que el maestro enseña y el alumno escucha y aprende, tienden a ver más problemas de disciplina. Esto ocurre en Bélgica, Corea del Sur, Noruega, Polonia, Portugal, Eslovenia y España. En la mayoría de los países la idea del profesor facilitador tiene más aceptación (en España, en realidad, están muy igualadas las dos visiones), pero otra historia es ponerlas en práctica, algo que, en general, les cuesta.
Manel Perelló, director del instituto público Josep Sureda i Blanes de Palma de Mallorca y docente desde hace dos décadas, cree que el principal problema es que a los docentes no se les está formando para enseñar en la escuela de hoy, sino en la de hace muchos años. "Hay muchos profesores que se han formado y se han adaptado sobre la marcha, pero no podemos depender de eso", dice este profesor que no sólo reclama más formación inicial (un máster de un año va a sustituir el cursillo para acceder a profesión de profesor de secundaria), sino un cambio en el sistema de acceso a la profesión.
Rafael Porlán, catedrático de Didáctica de las Ciencias y miembro de la Red Ires (formada por docentes de todos los niveles que promueven una enseñanza distinta de la tradicional), señala como uno de los problemas la escasa vocación entre los profesores de secundaria: "Cuando se les pregunta qué son, muchos responden matemático o filólogo, en lugar de profesor", dice. Porlán habla de cosas que han cambiado en los adolescentes -"Es cierto que son menos dóciles"-, y de cosas que siguen igual -la crisis de la adolescencia, la búsqueda de la identidad, la inconsciencia-, pero insiste, como Gimeno Sacristán, en que no se puede criminalizar a unos jóvenes que no son más que el producto de una sociedad y de unos adultos que a lo largo de toda la historia han tenido dificultades para conectar con sus menores. Y sobre todo, "porque cuando tú les ofreces otro modelo distinto, hasta los alumnos más difíciles responden", asegura Porlán mencionando un proyecto que consiguió mejorar el ambiente en un instituto muy conflictivo de Sevilla a través de la asignatura de Plástica: pusieron a los chavales a reproducir obras de arte que hoy decoran el centro.
"Los métodos de transmisión son más atractivos fuera que dentro de la escuela. Es cierto que los hay que no quieren estudiar, pero si es así, preguntémonos qué se les ofrece. El profesorado no es formado en estos temas, afronta los retos como si fuesen riesgos. Probemos a implicarlos en asuntos que les conciernen, que aprendan sobre sexualidad en lugar de hacerlo sobre el esquema del aparato reproductor", dice Gimeno.
A mitad de camino, en esa zona de grises, está el director de instituto Manel Perelló. "La visión conservadora a menudo es un discurso muy antiguo, pero lo otro
[cambiar radicalmente contenidos, métodos, incluso los espacios escolares] muchas veces es simplemente ir a buscar lo más novedoso", dice. Está de acuerdo en que ha cambiado el concepto de disciplina, que la exigencia se va reduciendo, pero como reflejo de la sociedad, no por lo hábitos escolares: "Durante muchos años ha sido fácil encontrar trabajo, incluso sin formación", dice desde una comunidad, Baleares, donde muchos han ligado sus altísimas tasas de abandono escolar temprano, del 44%, a la abundancia de trabajos en hostelería. Por otro lado, Perelló cree que los cambios son necesarios, pero que no deben ser demasiado ambiciosos.
En todo caso, desde el blanco, el negro o el gris, todos parecen reclamar una revisión de un sistema que no está donde la sociedad reclama (todo el mundo se lleva las manos a la cabeza cuando salen los resultados de España en el informe Pisa), en un país donde se suceden las leyes educativas sin llegar nunca a un gran pacto de Estado entre partidos, sindicatos y padres (el nuevo ministro de Educación, Ángel Gabilondo, se ha propuesto de nuevo alcanzarlo a pesar de los desesperanzadores precedentes).
Y, si parece que, como asegura el informe Talis de la OCDE, como coinciden tantos estudios y tantos expertos, la verdadera diferencia en educación la marcan los profesores, parece lógico empezar atacando su desorientación. "El reto de la escuela es crear buenos sistemas de apoyo para que cada profesor sea consciente de sus propias debilidades, y eso significa muchas veces cambiar lo que ellos creían que era mejor. Es necesario ofrecerles buenas prácticas en cada área específica y, sobre todo, motivarles para llevar a cabo los cambios necesarios, lo cual se puede hacer a través de sencillos incentivos materiales", dice Andreas Schleicher.
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