jueves, 9 de julio de 2009

DGT de tonterias. DeJeSe de Represión



Me preocupa que cuando voy conduciendo y veo moto o coche de TRÁFICO un sudor frío se apodera de mí. El temblor en las piernas y la angustia en el corazón paralizan mis sentidos.
Intento racionalizar estos sentimientos y descubro que la DGT no pretende, como dice en sus campañas, ayudar al conductor. Si el estado quisiera impedir tantos accidentes estaría más pendientes de las carreteras secundarias y de los puntos negros donde se producen el 75% de los accidentes.
Me preocupa el sentimiento de culpa que nos inculcan a los ciudadanos medios y la presión continua con la que nos fustigan usando términos amenazantes como multas, castigos, etc.
Preferiría un estado que valorase a sus ciudadanos medios y atajara a los que van provocando y produciendo accidentes o desórdenes. Me preocupa que paguemos justos por pecadores. A no ser, pero no deja de preocuparme, que el objetivo final sea recaudar y, es ese sentido, cuanto más seamos, mejor.
Y no ocurre sólo en tráfico. Ocurre en otros estamentos donde se deduce que solapadamente todos somos culpables mientras no se demuestre lo contrario.
La gente tranquila, la gente de bien, es una amplia mayoría. Cuando pienso en cualquier descubrimiento e imagino la de tiempo que ha llevado valoro la humanidad multiplicada por la cantidad de hombres y mujeres de buen sentimiento que han dejado una huella positiva y no un pisotón.
Un día, todos los ciudadanos y ciudadanas de buena voluntad deberíamos de expresar nuestro cansancio ante tanta basura, tanta avaricia de poder y tanta mentira.
Rafael Amor, en su texto EL LOCO DE LA VÍA, da con muchas claves de esta SUCIEDAD ANÓNIMA
EL LOCO DE LA VÍA
El loco de la vía vivía en la vía por donde corría con monotonía el tren... a horario, con atraso, pero todos los días. Tenía una casa barata, chata, además de lata, techo que había hecho, con esos deshechos que se encuentra a gatas, en la precaria orilla ferroviaria. Tenía un perro puntiagudo, con alma de felpudo, que siempre estaba echado, como entredormido, parecía cansado con un solo ladrido. Con un grillo minúsculo atornillaba crepúsculos y en el barro violeta de la quieta cuneta, una luna roja de sangre se le antoja la luz de la barrera. El loco de la vía abría a las mañanas una ventana nueva con cortinas finas de estrellas vespertinas y en el humo alargado de su fuego gastado elevaba y ondeaba una blanca bandera más alta y más grata que la del guardabarreras. Tenía una mirada suburbana entre verde y cansada y aunque veía parecía que ya no miraba, o que no le importaba todo lo que había. Una voz de vino, amarga que a muchos les dolía, y cuando el tren pasaba con su marcha cansina, rutina encadenada, él no decía nada, pero, se sonreía, y molestaba, claro, al oficinista, que desviaba la vista con el sentido práctico de los burocráticos que viven de rodillas tras las ventanillas y que creen sólo en las cosas que están en las planillas.
A la señora beata santa mojigata con alma de rosario y de pecado diario que con recogimiento y arrepentimiento de confesionario siempre se escondía del loco de la vía, claro como no pedía, ¡ah! Sí hubiera ido por la sacristía, si hubiera sido como los demás que lamían consuelos no les molestaría, Y hasta pagaría con una limosna la paz en el cielo. Al señor pudoroso, serio, moralista, ese que da el asiento, correcto, educado que por las noches vive en el mareo loco devaneo de plumas de coristas y un amor pagado, al pseudo inteligente con cara de valiente, de duro intransigente, que se cree reformista, que cuando lo veía, al lado de la vía, al sol sin la camisa, desafiar al mundo con su risa, comprendía que él, también iba en el tren, el de todos los días. Al político, retórico, critico por que no lo votaba el loco de la vía, a los poderosos por que era orgulloso, a los desgraciados por que no era esclavo, a la hipocresía por que no creía y a los mansos por que se comprometía, claro les molestaba porque aún callado, nunca se callaba, es que era un mal ejemplo el loco de la vía, había que aplastarlo, borrarlo, desterrarlo no vaya a ser que un día quieran imitarlo, es un enemigo, vive al sol, no es mendigo, y hasta a veces, canta, es un subversivo... y vinieron veinte carros de asalto, cuatro de explosivos, un camión de la perrera, un destornillador para aflojar los grillos, máscaras antigases, carros autobombas, sesenta mil mangueras para aplacar el humo blanco de su blanca bandera. Le aplastaron la casa barata y chata, le expropiaron al perro puntiagudo con alma de felpudo. El loco de la vía reía todavía, y gritó libertad, con su voz que dolía, - este ya está en la lista - dijo el oficinista, y la santa señora en un avemaría pasaba la alcancía, el señor circunspecto miraba muy correcto, los hipócritas se compadecían, el político crítico con sentido analítico dijo que era anárquico que su fin era típico, los poderosos repetía con gozo, es un ejemplo claro, la libertad no existe, -- decían los esclavos y los mansos con quietud de remanso rezaban y un cura les decía arrodillados hijos, siempre arrodillados hijos...
Y así se lo llevaron al LOCO DE LA VÍA. Y en su lugar de lata de lunas escarlatas con ventanas nuevas todas las mañanas con cortinas finas de estrellas vespertinas, picotean el crepúsculo de algún grillo minúsculo unas cuantas gallinas.

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