Ciudades como Sevillaburgo, Granadaburgo o Murciaburgo preparaban en el momento preciso unas sillas. Pero en San Jereburgo todo era especial. A diecisiete días vistas los preparativos cortaban calles y plazas, aparcamientos, todo por el milagro divino de ver multiplicarse los palcos con creces. Cada palco era un palquito de dos metros cuadrados que se alquilaban por unos rublos y aunque decían frailes y clérigos y devotos penitentes y hermanos mayores en sus predicaciones despreciar el dinero, también las tentaciones, a fin por dinero otorgan los ayunos, venden estos palcos y ofrecen oraciones.
De repente la calle se quedó cortada, los vehículos transitan con dificultad. ¿Pasa algo hoy? ¿Pasará mañana? ¡¡¡NO!!! Dentro de quince días. En quince días pasará una cofradía o dos o cincuenta. Pero hay que ir preparando el camino. El camino es siempre el mismo.
La imagen, con perdón, es un tanto taurina porque los palcos semejan burladeros y no deja de ser una burla que se acoten calles y plazas durante un mes por mantener la tradición de algunos. Que sea un día, pase. ¿Pero un mes? Hay vecinos que viven en esas zonas que pueden no tener esa tradición, que puedan vivir otra fe. Que necesitan salir a la playa a encontrarse con su Dios porque no les gusta llevarlo a hombros con música de trompetas. Hay que respetar la tradiciones, pero también los distintos credos. Reza la constitución que somos un país laico.
LA MIRADA AMARGA DE ESTE MOCO VITA |
Si Dios no lo remedia esto se va a convertir en un negocio de devotos y de políticos ansiosos de votos.
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