sábado, 3 de marzo de 2012

3 del 3


¡EA, YA HE NACÍO!
Un 3 de marzo de 1962, a las 17´45,  me decidí a nacer. Recuerdo que mi madre estaba desesperada porque yo no nacía. Según sus cálculos llevaba diez meses embarazada y aquello era "el parto la burra", lo cual no deriva en nada agradable para uno mismo y provocaba la risa de las vecinas.
Lo cierto es que como yo me resistía a  salir, mi madre se fue a buscar ayuda y, cuando volvió, ya estaba yo tumbado en la cama con cuatro kilos y medio y con ganas de tomarme una cervecita con un pescaíto frito.
EN UNO DE MIS TERRIBLES ENFADOS
CON CARA DE GÜENO
Pasado el primer sobresalto, me llevaron a una escuela para que aprendiese, cosa que yo ya sabía porque yo nací aprendió. En la calle Barja con Sor Trinidad. Se ve que yo era un niño muy bueno, o así lo parecía a la gente. En cuanto les decía mi nombre  y me veían con los ojos a su lado y azulados, se pensaban que yo era un Ángel, como la segunda parte de mi nombre indica.
Nunca me ha gustado parecer bueno y la dualidad, terrible palabra, nació en mis entrañas y se apoderó de mis patrañas porque todo lo concibo entre el ser y el no ser, entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el sin y el con...no, la cerveza sin no la he pedido nunca. Pero es verdad que mi yo y mi otro yo forman una combinación explosiva, uno es Dina y el otro es Mita, no te creas que son dos dioses de la mitología griega que es otra de mis patrañas.
QUE BONITOS SON LOS DECORADOS PARA
 DISIMULAR  LA REALIDAD.
Mi relación con mis hermanos era la típica de la época y de todas las épocas: el pez grande pegaba al chico. Aunque en la foto se nos ve como querubines, nada es o que parece: terminada la sesión fotográfica nos comimos al fotógrafo y después nos golpeamos entre los tres. 
También hay dos hermanas que no están en la foto porque habían salido por pan y porque estaban en otro colegio. Esta foto es de nuestra etapa en el Mundo Nuevo.
Y crecí. Crecí con más pena que gloria y una pandilla de amigos con los que estaba todo el día jugando. Eso sí, comparado con lo que veo ahora más gloria que pena. Para ser feliz no hay que tener, hay que disfrutar. Estuve en el Sofía y en Alvar Núñez. Terminé después la carrera de magisterio y me mandaron a servir a la patria. Fíjate yo, chacha de la patria.


Enseguida se dieron cuenta de que yo no servía ni pá servir  y después de arruinarle el desfile de la jura de bandera al teniente de la décima compañía de San Clemente de Sasebas (siempre llevé el paso cambiado, todos los guantes blancos arriba, menos uno y, lo que es peor, todos los guantes blancos abajo, menos uno. Para colmo cogí el paso y lo volví a cambiar y los familiares de los soldaditos literalmente se revolcaban por el suelo) me mandaron a la imprenta.
Allí me dedicaba a tirar la Orden del Día e intercambiaba tarjetas por cerveza, chorizo y queso con los de cantina y viveres. No aprendí demasiado pero me aficioné a la cerveza y al queso. La mili creaba afición.
Nada más terminar la mili me fui a Canarias a presentarme a las oposiciones invitado por mi amigo Pedro. Tuve suerte y aprobé. Era el año 84, 22 recién cumplidos. Me mandaron a la isla feliz, también llamada Graciosa, y aunque no me llamo Adán se ve que Dios se apiadó de mi y volvió a repetir aquello de "no es bueno que el hombre este solo" 
Y me mando a un gallego arisco y desabrido pero buena persona que estuvo un año conmigo. Luego Dios rectificó, porque rectificar es divino, y me mandó a una preciosa mocilla para que estuviéramos juntos. Y yo, que soy muy respetuoso con las autoridades, le hice caso. Así que fundamos o fundimos una familia porque se ve que con la electricidad o la felicidad estática tuvimos tres churumbeles. 
Y para contar todo esto he puesto las fotografías en orden y una alegre musiquilla de Brassens, un amigo, que viene a decir que el tiempo no tiene nada que hacer. Cuando eres carajote, eres carajote. Pero no me voy a enfadar conmigo mismo, se ve que me la ha puesto mi otro yo y también hay que respetarlo.

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