lunes, 24 de agosto de 2009

25 AÑOS DE PROFE...SIÓN

Una tarde parda y fría
de invierno.Los colegiales
estudian.Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Es la clase.En un cartel
se representa a Caín
fugitivo,y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
mil veces ciento,cien mil,
mil veces mil, un millón.

Una tarde parda y fría
de invierno.Los colegiales
estudian.Monotonía
de la lluvía en los cristales.

Era 1984 y Arconada no se paró aquel balón. Yo veía el partido en un bar de Las Palmas porque a mis 22 años había decidido que seguir en casa de mis padres no era lo mejor. Así que con mi amigo Pedro me fui a Las Palmas y saqué del tirón las oposiciones de magisterio. No me fui en plan godo, esa es la verdad. Quería sobre todo dejar el nido.
Recuerdo el primer examen: un comentario de texto de este maravilloso poema de Machado. La falta de acción expresada con la ausencia de verbos hacen fácil el comentario. La segunda prueba era de francés y escribí una carta inspiradísima en tonterías y en Brel pero afortunadamente a alguien le gustó.
La tercera prueba era exponer tres temas en una hora y me defendí.
Tengo de todo un recuerdo muy vivo. Las Palmas es una ciudad que amo. La profesión que empezaba también e intento mantener cada día la ilusión suficiente para que la monotonía no se me apodere.
La monotonía es pegajosa.
Hace ahora 25 años compré sólo el billete de ida porque en septiembre nos iban a dar un destino. Al final fue en octubre y los destinos no estaban informatizados. Íbamos pidiendo y sacando plazas nuevas.
Se daban incongruencias como personas con un buen número en las oposiciones tener que pedir a sitios lejanos que no quería nadie, y al revés.
Yo tuve una buena nota pero el día que tenía que pedir sacaron sólo tres plazas y recuerdo a todos los compañeros /as dando su más profundo pésame porque me iba al destierro, según ellos.

De las tres islas que hay en Las Palmas me mandaban a un islote de Lanzarote con cinco km cuadrados, sin coches ni carreteras. Una desgracia, según ellos.
Siempre había tenido la teoría que muchas veces despreciamos lo que no conocemos o juzgamos sin saber.

La Graciosa resultó ser una isla maravillosa. Reconozco que al principio sin casa, sin situarme y con un compañero gallego que casi no entendía, se me hizo un tanto árido: era como haber retrocedido cien años en el tiempo. Sin embargo, poder compartir, leer, pescar y jugar al fútbol me hicieron pasar un curso maravilloso.
Finalizó el curso y se fueron casi todos. Se fue el gallego que es una persona de la que guardo un recuerdo entrañable. Me enseñó a ser práctico. Recuerdo que una noche llamó a la puerta una chica que decía estaba interesada en conocerme mejor. Yo estaba hecho un lío, como el gallo Kiriko. Si pico me mancho el pico y si no pico voy a parecer subnormal. Jose, viéndome sumido en meditaciones, me pregunta:
- Miguel ¿te interesa?
- Pues la verdad que no.
- Pues entonces o caraxo, homme.
El curso siguiente por allí seguí y en lugar del equipo de fútbol vinieron cuatro chicas jóvenes, pero bueno. Esa es otra historia.

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