sábado, 13 de junio de 2009

MI MEMORIA ESCOLAR

Pocas veces me han dado un premio, así que no tengo más remedio que incluir aquí este relato galardonado. Había tres premios y nos presentamos dos. No está mal la cosa. Pero reflexión que no falte y cuando me hablan del ayer, de lo bien que estaban las cosas y de cientos de cosas que no siento, recuerdo mucho este relato. Los punteros que volaban, los guantazos de los frustrados, la impunidad de los autoritarios. Para todos ellos no va mi MAYOR RENCOR, que desconozco, pero sí mi DESPRECIO.
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Hacer memoria es hablar del ayer y el ayer parece pasado, parece muerto. Sin embargo, la memoria invita a recordar y por eso reviven recuerdos de hace muchos años que, curiosamente, parece que fue hace poco.
La memoria histórica se torna histriónica cuando la traes al presente y compara tus tiempos con los actuales y entonces se te viene, cual arcada rancia, el “igualito que antes” o el “esto no pasaba” porque no hay nada más triste que olvidarnos de lo que fuimos y criticar el presente.
Mi memoria escolar nace a los tres años en la Calle Barja con una Hermana. Se llamaba Sor Trinidad pero, como en la película del Oeste “Le llamaban Trinidad”. Tenía un puntero redondo de 30 centímetros de largo y 2 por 1 en un extremo y en otro. Conservo de ella un recuerdo entrañable y un chichón en la frente del 2. Con ella aprendí, como en el bolero, a leer y a escribir y las tablas de multiplicar. ¡Y con cuatro o cinco años!
Entonces no había estudios de superdotados pero sin duda que yo… no lo era. Era sólo un cobarde incapaz de enfrentarme, de frente, a un puntero de madera. La recuerdo sentada, con su porte regio, lanzando el puntero con arte y con garbo. La puntería era lo de menos porque lo importante era el efecto “silencio” que producía. Con los años he descubierto que el efecto boomerang no existe porque a ella nunca le dio Pero aquella aula magna con 60 diablillos, sin recursos materiales, dvd ni proyector, fotocopias y otros adelantos, necesitaba una varita mágica. Y la tenía, ya lo creo que la tenía. Yo la vi. Y la sentí.
Todavía recuerdo su hábito azul y su costumbre de contarnos un cuento que luego yo contaba a mis padres y con los años he contado a mis hijos e hija. Ese pollito que no obedeció a su mamá y se ahogaba con un trozo de maíz y como esa madre luchaba contra los elementos: fue al pozo, al zapatero, al cerdito, a la vaca y al prado hasta que consiguió el agua. De esa historia no aprendí a obedecer a mis padres porque eso es imposible. Siempre tienes que hacer cosas con las que tus padres no estén de acuerdo. Pero tanta expectación ante el pollito ahogándose me obliga a tener cerca una cerveza o un vaso de agua si como frutos secos. No. En serio. Sus historias tenían un trasfondo humano maravilloso. Muchos días recuerdo la historia que nos contaba de dos hermanos. Uno trabajador pero que dedicaba tiempo a su familia, llevando a los niños /as a jugar y los domingos al campo y el otro trabajador empedernido que ponía todo su afán en ganar dinero… que luego se tenía que gastar en medicinas porque su hijo e hija estaban siempre malitos por no salir. Hoy no es exactamente así pero bueno, todo lo que ganamos trabajando de más lo gastamos en aula matinal, actividades extraescolares y psicólogos.
Con todos estos “conocimientos” entré en el Mundo Nuevo, con artículo determinado, desgraciadamente. Me hicieron una especie de “prueba de nivel” y, evidentemente, con tanta sabiduría popular, leyendo y tablas, aunque fueran de multiplicar, entré un año adelantado.
¡Ay! ¡Cómo te marca ir un año adelantado! Cuando levantas una ceja más que la otra o miras a medio metro para ver el vacío infinito o te hablan pero tú no escuchas, cuando no comprendes el absurdo o la estupidez de los mayores, tiene que ser por ir un año adelantado. Pero también podría ser por otras cosas, picor, sordera, tic nerviosos...
He comprendido poco a mis compañeros, y aquí no puedo poner compañeras, en sus relaciones personales, en sus bromas curiosamente de niño-chico-catalogadas-así-por-un-menor
Más incomprensibles fueron los profesores /profesores de viejo régimen que ocultaban sus frustraciones y miserias a golpe de regla o bofetones cuando no tenían la regla… ¡pero que estoy diciendo! Sin ser de los que más guantazos me llevé, recuerdo que por hacer la equis en cruz y no como ÉL quería, me llevó a guantazos de una clase a otra para mostrar así “El Crimen de la Equis”. Buen nombre para una película. He intentado con los años desentrañar la obsesión de ese ser avinagrado, mustio y reprimido y no he hallado respuesta. He leído a Freud para conocer a través del psicoanálisis si era un problema común pero no lo encontré. Menos mal que escribí al programa “Misterios sin resolver” y me aclararon que era una deformación equimológica muy común en las Juanas la Loca del España, Una, Grande y Libre.



Sin embargo no puedo guardar rencor a mis cinco años de educación viril porque me enseñaron que todos los hombres no éramos iguales. Dicho sea en sentido literal porque lo que estaba claro es que todos los que eran iguales no querían ser hombres. Pero tenían que serlo. X narices. ¡Claro! Mi x era el por de los SMS de hoy. ¡Ahora lo entiendo todo! Yo era un visionario incomprendido y no estaba un año adelantado. Estaba veinte años por delante. De ilusión también se vive.
En este juego de nadie es quien parece, no conservo un trauma infantil de los Hermanos del Mundo Nuevo. El Hermano Pedro nos enseñó a compartir y algún sábado nos llevó al campo y él llevaba unas pasas de Málaga que sabían a gloria. Y el Hermano Visitador nos traía caramelos que también eran entonces un bien escaso (aunque tengo que reconocer que los cambiaba por algún secreto que confesábamos públicamente, una terapia “fraterna”, lo que tampoco es paja) A pesar de que hoy la mitología y el cine nos muestran Hermanos con uso fraudulento de las citas vespertinas, como esa película del manchego ilustre de cuyo nombre yo tampoco logro acordarme, tengo un recuerdo de ellos aceptable porque me enseñaron valores a través de lecturas que hoy me ayudan en mis decisiones¿? Recuerdo un libro rojo con lecturas cortas como “Nunca te desanimes” “Tío Zumbones ¿Cuánto te ha costao el burro?” “Yo dos y tu uno” “El campesino y el diablo” “Quién no te conozca que te compre” y un larguísimo etcétera que me ayudan, como al Conde Lucanor, en mi lucha diaria con la vida. ¿O esa era de Baroja? Y una poesía que me aprendí “El Mundo al revés” que recité en un acto multitudinario que para darle más efectividad me cambié los zapatos de lado y le di la vuelta al jersey. No es de extrañar que todavía recuerde el “Era una noche de luna clara, en la que llovía sin caer una gota…” y el dolor de pie por llevar el derecho en el izquierdo y viceversa.
Y de la concertada a la pública. Tú siempre al revés. En 6º de EGB. se fueron mis padres al Polígono de San Benito y entré, con recomendación y todo, en el Princesa Sofía. Año 75. Un dictador se iba y una nueva época comenzaba. Maestros y maestras de espíritu libre marcaban con su arte una nueva etapa. Ejemplo de maestros Julián Arévalo Madueño que nos hechizaba con su guitarra, copla, dibujos y fútbol. Maestro más completo nunca conocí.
De esta etapa recuerdo que el espíritu de superación no sólo se dio en aquel tartamudo griego, Demóstenes, que quería ser un gran orador, también se dio en mí. Don Julián hizo una chirigota “Los Lechuguinos y Pacorros” (flacos y gordos). Por mi constitución leptosomática me eligió para los flacos. Pero por mi sosería innata, en el primer descarte me quedé fuera. Yo me sabía muy bien las letras pero otra vez me adelanté veinte años a mi tiempo y aquella no era la chirigota de “LOS LACIOS”. Desde entonces te superas: hoy eres muy lacio Fueron tiempos de humor ácido donde todos nos metíamos con todos. Yo tenía un mote, tú tenías un mote y él tenía un mote. Recuerdo una redacción de tema libre que hice donde iban apareciendo todo el personal de la clase pero con los motes. Todo el mundo lloraba de la risa mientras la leía. Bueno, todo el mundo menos aquel que aparecía “moteado” Del Sofía al Alvar Núñez donde hoy resulta que se me olvidó todo lo importante y sólo recuerdo el día que la profesora de francés puso un disco de Brassens que a mí me conmovió sobremanera y aquel “Une jolie fleur…” me descubrió una forma de ser y un estilo de vida irreverente y ecléctica que yo mantengo hasta hoy. Aunque también pudiera ser todo lo contrario: ecléctica e irreverente. Y especialmente burlón. Hacía artículos en la revista del instituto que eran un cruce entre el conceptismo degenerado y el jugo de palabras, también concentrado ¡nadie lo diría con lo descentrado que eres! Gracias por hacerme pasar un rato tan entrañable recordando historias estás hecho un abuelo que aún teniendo una base real pudieron ser así o parecidas porque el tiempo todo lo transforma y la imaginación todo lo mezcla. Mucho más en una mente calenturienta.

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