lunes, 12 de octubre de 2015

GIRONA, ESE PARAÍSO REENCONTRADO.

Hacia mucho mucho tiempo que no iba por Girona. Y me he alegrado enormemente de volver porque no solo he recordado con gusto sino que además he descubierto nuevos lugares.
En Calella y en el hotel parecía que estaba en Alemania. Unos músicos y bailarines amenazaban o como se diga el ambiente con cerveza va y cerveza viene. Pero tocaban bien. Así que el primer día me deje llevar por Calella y por la bendición de tomar unas cervezas sin tener que preguntar que te debo.
De Callella por la costa a Tossa. Sitio precioso con mar y fortaleza. Estaban haciendo una gran concentración de Sardana y me pareció un baile muy introvertido,  si así puede calificarse un baile. De Tossa la auténtica carretera salvaje de la costa brava. Esa que tiene curvas y curvas. San Feliú pero mucha gente y poco tiempo. Así que entramos en el pueblo que casi más me gustó: PALS. Precioso. Y un poco más tarde Peratallada. La gracia del viaje es como el secreto del ajo: hay que saber guardar el secreto. En los viajes no te debes agotar. Así que a eso de las cinco ya estoy yo en mi casa. Me dejo querer por una cervecita, dicho sea en diminutivo por aquello del cariño, y una buena cena.
Otro día Girona. Son pocos kilómetros. Conocía Girona de mis fines de semana en la guerra que iba algunos fines de semana de Lleida a Girona. Ciudad justa de tamaño, cómoda, coqueta, limpia. Y por la tarde Besalú. Tan bonito me lo pintaron que me gustó más Pals o Peratallada, y es que la gente termina por hacer un poco más denso el aire que se respira en esos pueblos. Y te acabas cansando un poco, pero solo un poco.
Del ambiente político y cultural que esperaba verlo mucho más tirante, nada de nada. Detrás está la gente, que canta Serrat. He visto a mucha gente con ganas de vivir, trabajando, sufriendo, buscándose las papas. Y pasando kilo y medio de políticos y de mensajes de aquí o de allá.
 

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