domingo, 20 de julio de 2014

TORTILLITAS DE CAMARONES... PERO OTRAS.

Hace ocho meses y dos días que murió mi padre y el verbo maldito aún me emociona.
Hoy he vuelto por su casa que cada día siento menos mía y mi hermana María ha hecho aquellas famosas tortillitas de camarones. Mi hermana tiene un corazón que no le cabe en el pecho y aunque tenía un dolor en los huesos que le impedía estar de pie allí estaba ella al pie del cañón haciendo arroz con gambas, ensaladilla, huevos rellenos y tortillitas de camarones. 
Por supuesto que le agradezco tantísimas atenciones. Pero le echo tanto de menos que la casa se me cae encima. Aún recuerdo hace más o menos un año sus tortillitas de camarones y un nudo me anuda la garganta y lágrimas densas llegan hasta mis ojos tras haber logrado traspasar la barrera de la inexistencia.
Maldigo cada día la inexistencia. Siempre he sido existencialista como el extranjero de Camus y la existencia abstracta o absurda o ambas dos la llevaba con dignidad. Pero la inexistencia la llevo fatal. Pero fatal.
Porque la vida carece de sentido, no sabes nada, desconoces los motivos y a veces te dan ganas de cerrar los ojos y dudas si al no abrirlos todo seguiría igual.
He maldecido uno a uno estos doscientos cuarenta y cuatro días y en muchos momentos me acordé de alguna anécdota contigo.
No soy un fan de la vida pero me jode la ausencia.


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