La cosa está que arde. Ya lo sé. Encima esta mañana me levanté caliente. Ya me había acostado echando humo con las últimas medidas del gobierno.
- ¡¡SÍ!! ¡¡Acércate que te voy a echar fuego!! Y como un dragón etílico le soplé en la cara.
El sol me derretía los sesos. Los 38 grados del mediodía penetraron por mi oreja y la cerilla acumulada salió ardiendo. Todo mi ser entró en combustión. Más quemado que la pipa un indio llegué a mi casa. Mi mujer me recibió con un menú especial:
- Langostinos flambeados.
Sonreí. El destino es como es.
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