Es muy buena esta canción de Javier Krahe. A mi me hace reír imaginándome el mosqueo que te entra cuando ves que las cosas no son como tú pensabas.
Podría haber titulado a la entrada Humor y Realidad porque hay un chiste simpático sobre un hombre que tiene a la mujer embarazada y le pide a las tres de la mañana un capricho: cerezas.
- Mira, cari, estamos en enero, 5 grados bajo cero ¿dónde encuentro cerezas?
- Pues búscalas, es un capricho y no querrás que salga el niño con cara de cereza.
Se va el pobre a buscar cerezas y cuando llega a las ocho está la mujer dale que dale con su amante.
- ¡¡¡LAS PISOTEABA!!! ES QUE LAS PISOTEABA.
¿Y a que viene todo esto? Pues me estoy acordando del cura del pueblo de mucha gente que han renegado durante años del sexo porque Jesucristo o la Iglesia o alguien se inventó que la castidad era necesaria y ahora resulta que no. Que a lo mejor la mujer no es tan mala ni el sexo tan perjudicial.
Con una afirmación así a la iglesia se le puede acabar el chollo. Los curas pueden preguntarse cosas, la gente puede empezar a pensar.
Me encanta lo que se está publicando. A ver cuando coño despertamos.
¿Jesús casado? Por qué asusta esa idea
El papiro de King
vuelve sobre la hipótesis que desmontaría el celibato y la visión represora del
sexo.
Por supuesto, un manuscrito. Hasta hace un siglo, en
el mercado de antigüedades de El Cairo se podían encontrar libros en papiro con
los que revolucionar la historia de las religiones. Le ocurrió en 1896 a Carl Reinhardt, cuando compró un escrito en copto
a principios del siglo II. Lo depositó en el Museo Egipcio de Berlín y no fue
desvelado hasta 1955 por el egiptólogo Carl Schmidt. Resultó ser El Evangelio
de María y agitó las investigaciones sobre el protagonismo de las mujeres en
las primeras comunidades cristianas. En una religión cuyas jerarquías
desprecian, e incluso detestan, a la mujer, reabría el viejo debate sobre el
estado civil de Jesús, el fundador cristiano. Así lo subrayó entonces Karen King, reputada catedrática en la Universidad de
Harvard, que ofreció en 2006 otra traducción y un estudio riguroso (en español lo
editó Poliedro, traducido por Marco Aurelio Galmarini).
Ahora vuelve otro papiro. Al comprado por Reinhardt le
faltaban las seis primeras páginas y cuatro más del centro. Karen King cree que
eran la clave de un hecho que se ha querido ocultar como si fuese peligroso. La
semana pasada ha dado a conocer el texto en el que se dice que Jesús se casó.
La tradición cristiana imperante siempre ha dicho que no lo estaba, a pesar de
no existir evidencias que respalden tal afirmación o la contraria.
“Si en los primeros textos no hay referencias al
matrimonio de Jesús, es porque en el contexto judío lo normal era que estuviera
casado. ¿Por qué, entonces, las reacciones, más viscerales que argumentadas, en
contra? Las razones tienen que ver con el sexo. Porque cae por tierra todo
fundamento cristológico del celibato impuesto a los sacerdotes; porque pierde
justificación la superioridad de la vida consagrada a Dios sobre la vida de los
cristianos seglares, y porque se desmonta la visión negativa que la Iglesia
tiene de la sexualidad y la consiguiente represión sexual que impone”, sostiene
el teólogo Juan José Tamayo, autor de tres libros sobre la vida
y la obra de Jesús de Nazaret.
En El Evangelio de María hay un diálogo de Jesús con
los discípulos después de la resurrección. Entre ellos está María de Magdala
(vulgarmente, la Magdalena), que antes había revelado enseñanzas que ella misma
recibió en una visión del resucitado. Algunos discípulos se enfadan. ¿Cómo
podía Jesús escoger a una mujer como interlocutora, marginando a Pedro, por
ejemplo? Otros reprochan a Pedro el trato que da a Magdalena: “Si el Salvador
la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? El Salvador la conocía
profundamente. Por eso la amó más que a nosotros. Lo que debería darnos
vergüenza”.
Otro fragmento contiene esta cita: “Y Jesús les dijo:
mi mujer”. A la discusión sobre si esa mujer merece ser parte de la comunidad,
Jesús contesta: “Ella puede ser mi discípula también”. Con esta frase, la tesis
de san Pablo ordenando callar a las mujeres en las asambleas saltaría por los
aires de forma clamorosa.
Son legión los Padres de la Iglesia que detestan a la
mujer. Pablo de Tarso: “Es bueno para el hombre abstenerse de mujer”. Agustín
de Hipona: “El marido ama a la mujer porque es su esposa, pero la odia porque
es mujer”. Tomás de Aquino: “La mujer es un hombre malogrado”. Juan Damasceno:
“La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre,
ella ha expulsado a Adán del Paraíso”. Tertuliano: “No está permitido que una
mujer hable en la Iglesia, ni bautizar, ni ofrecer la eucaristía, ni participar
en las funciones masculinas, y mucho menos en el sacerdocio”.
Pese a haber habido en la historia no pocos papas
casados y con hijos, se ha impuesto la idea de que, si el celibato era superior
y el matrimonio inferior aunque lícito, el sexo sería en consecuencia un acto
perverso y un pecado lícito solo en el matrimonio. Lo dijo pronto el obispo
Ambrosio de Milán (373-397): “La vida conyugal es incompatible con una carrera
en la Iglesia. Incluso un buen matrimonio es la esclavitud”.
Es la tesis del fundador del Opus Dei, el ya santo Josemaría Escrivá de Balaguer, en la
máxima 28 de Camino, el libro de cabecera de sus influyentes seguidores: “El
matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo”.
En el Vaticano, centro del imperio católico, nunca se
aceptará que Jesús fue un hombre casado. Descuartizaría las bases en las que
basa su vasto poder desde que el emperador Constantino consagró el cristianismo
como fe oficial de su imperio. Para ello hubo de intervenir enérgicamente en
favor de la facción que sostenía que Jesús era hijo de Dios, incluso él mismo
Dios y uno de los componentes de la ahora llamada Santísima Trinidad.
La principal consecuencia de la intervención de
Constantino fue, sin embargo, la conversión de los cristianos en un poder con
vocación de dominar el mundo con un Estado propio en la sede misma del ya caído
Imperio Romano. Nada de eso pudo imaginarlo el fundador. Como dijo el clásico,
Jesús anunció el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia, con poder,
influencia y lujos sin cuento.
El emperador intervino —Concilio de Nicea, año 325—
para poner paz entre disputadores teológicos, pero la realidad fue bien otra.
Allí se engendraron incontables guerras de religión, terribles persecuciones
—los hasta entonces cristianos perseguidos se iban a convertir en feroces
perseguidores— y tiempos de inquisiciones y autos de fe. Voltaire calculó en su
tiempo que la religión había causado un millón de muertos por siglo.
Eran la consecuencia de otra proclamación conciliar,
de arrogante ignorancia: la que sostuvo hasta hace 50 años que “fuera de esa
Iglesia no hay salvación” (Concilio Ecuménico de Florencia, 1442), con estas
palabras: “La Santa Iglesia Romana cree firmemente, confiesa y proclama que
nadie fuera de la Iglesia católica, sea pagano o judío, no creyente o separado
de la unidad, participa de la vida eterna, sino que cae en el fuego eterno que
ha sido preparado por el demonio y sus ángeles, a no ser que se incorpore a
ella antes de la muerte”.
Quinientos años después, el Vaticano II reconoció la
libertad de conciencia y de religión en una declaración que cayó como una bomba
en el nacionalcatolicismo español. Es más, en 1999 el papa Juan Pablo II aceptó
en voz alta lo que los mejores teólogos venían sosteniendo con mucho riesgo de
anatema: que el infierno y el cielo no existen como tales lugares, sino que son
meros estados de ánimo: el infierno, estado de ausencia de Dios; el cielo, de
compañía con Dios.
Impuesta la tesis de que Jesús es Dios —e hijo de
Dios—, ¿cómo sostener que se hubiese casado con mujer terrenal e incluso que
tuviese hijos? No podía ser. Dios no se casa. La fórmula fue radical: la
proclamación de unos pocos escritos canónicos (cuatro Evangelios, los Hechos de
los Apóstoles, el Apocalipsis) y una radical eliminación del resto de los
escritos, varios de ellos también conocidos hasta entonces —y ahora— como
evangelios, a ser posible en el fuego. Bastante tendrían con soportar el hecho
incontestable de que quien ahora pasa por ser el primer Papa —el pobre pescador
Pedro— estuvo casado y tuvo dos hijos.
“El papiro desvelado por Karen King confirma lo que
teólogas y teólogos hemos afirmado hace tiempo”, sostiene Margarita Pintos,
presidenta de la Asociación para el Diálogo Interreligioso. “En el siglo
primero, la normalidad era que hombres y mujeres se emparejasen para tener descendencia,
y más en familias judías que esperaban a un Mesías liberador. Pero identificar
a esa mujer con María Magdalena es una lectura patriarcal. No podemos imaginar
que una mujer por sí misma, sin referencia a un varón, sea libre, independiente
y depositaria del anuncio de la Resurrección. Siempre que aparece un documento
que pone a Jesús en relación con alguna mujer, se la quiere identificar como su
madre, su esposa, su amante, etcétera. Las mujeres que vivieron en la
proximidad de Jesús fueron, seguramente, personas peculiares, con pensamiento
propio, dispuestas a poner en práctica una noticia liberadora para sus vidas
sometidas al orden patriarcal. En el discipulado igualitario de Jesús
encontraron ese espacio para desarrollarse en libertad. Por su valía personal
fueron depositarias del anuncio de la resurrección, predicaron en las ciudades
del Imperio y a muchas les costó la vida”, añade la teóloga.
El escritor Jesús Bastante Liébana, que acaba de
publicar Y resucité entre los muertos. Diario íntimo de Jesús el crucificado
(donde se explaya en la relación entrañable entre Jesús y María Magdalena),
recuerda que en las primeras comunidades cristianas, “cuando todavía el
concepto Iglesia era muy discutido, se hablaba con naturalidad sobre si Jesús
pudo o no estar casado y no se planteaba el celibato”.
“Jesús pudo estar casado y haber formado una familia.
El modelo de familia defendido por el Evangelio tendría más peso si el mismo
Mesías hubiera formado una. Durante años se dio por sentado que Jesús tuvo hermanos
e incluso una compañera, que bien podría haber sido María Magdalena. Fue
bastante después, atendiendo a criterios patriarcales, cuando la Iglesia acabó
por institucionalizarse, cuando se cerró la vía de que Jesús hubiera podido
tener una familia. La mujer era símbolo de pecado, y el celibato acabó
imponiéndose como un modo de superioridad del hombre sobre la mujer. Ahí María,
o la mujer de Jesús si tuviera otro nombre, no tenían cabida. Así se impuso la
castidad como modelo de perfección, pese a que los eclesiásticos no han sido
precisamente un ejemplo de cumplimiento”.
El teólogo
Tamayo toma la idea de san Josemaría (“si Jesús hubiera estado casado pasaría a
ser tropa”) para recordar que cada vez que los investigadores, sobre todo las
investigadoras feministas, plantean la posibilidad de que Jesús estuviera
casado, la jerarquía católica pone el grito en el cielo. “Lo hacen como si se
tratara de una verdad de fe, cuando no pertenece al núcleo del cristianismo y
resulta irrelevante en los evangelios, que destacan las excelentes relaciones
de Jesús con las mujeres y de ellas con Jesús”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario