jueves, 19 de mayo de 2011

EN BUSCA DE LA GENERACIÓN PERDIDA.

Esta noche el insomnio me acribilla el párpado con frías punzadas y en lugar de tapármelo con el libro de Proust, A LA RECHERCHE DU TEMPS PERDU, he decidido coger mi linterna y como un explorador, que canta el Sabina, he decidido, segunda toma de decisiones, salir a buscar a la generación perdida.
Imaginando que sería difícil de encontrar porque lleva muchos años perdida, he bajado primero a las cavernas de clanes familiares que decidieron preservar a sus hijos como una burbuja y que nada les pasara. Proteccionismo antinatural porque el pájaro más bobo entiende que un pájaro tiene que aprender a volar. Precisamente hemos sido los padres que fuimos una generación independiente y reivindicativa los que en un inexplicable pendulazo hemos querido cobijar demasiado tiempo a unos hijos para que no se traumatizaran, para que no sufrieran, para que no se esforzaran, sin entender que todo ello es necesario para crear anticuerpos. Ciento doce mil jóvenes vivían resguardados en cuevas jugando a la PSP y ajenos a todo lo demás.
He rebuscado después en hemerotecas y bibliotecas y en los boletines oficiales he encontrado arrugaditos ochenta y cinco mil ciento seis chavales que habían sufrido un ignominioso cambio educativo basado en el progresa adecuadamente y al no te esfuerces nada, fruto de algún diseñador de normas en despacho alérgico al aula que relacionaba de forma simétrica y transitiva pero no reflexiva la felicidad de la persona y su progreso adecuado con no tener que hacer nada. Le faltó comprender que en la vida se necesita mejorar cada día. Que la vida está llena de sinsabores que te hacen más fuerte. Que se aprende de todo pero especialmente del error.
Angustiado por las plagas de personas que languidecían con poco espíritu quise conocer el estado de los parlamentos y congresos de donde emanaban las normas que perjudicaban la vida de las personas. Y entonces entendí que demagogos y teóricos de la imbecilidad manipulaban al personal de forma directa ofreciéndoles pequeñas miserias a cambio de nada, escaso desarrollo pero pan con leche y café.
Eran seiscientos treinta y cinco mil doce jóvenes y no tan jóvenes los que malvivían en un estado de pseudofelicidad difícil de explicar. Vivían aún con sus familias con casi cuarenta años, eran becarios de ciento ochenta euros o trabajadores explotados realizando trabajos no remunerados.
Hastiado de tanto fracaso familiar, educativo y social, con tasas de abandono de más del 30% y sin perspectivas laborales mucha gente estaba aburrida y desmotivada.
Hastiado de tanto buscar decidí yo también darme por vencido. Dejé de buscar y puse una notita que decía: si estás harto ven a la plaza del pueblo.
Y allí encontré a los tres millones de jóvenes perdidos. Perdidos no, abandonados. Hemos sido nosotros los que hemos educado a una generación a base de un solo sabor, más preocupados por nuestro miedo que por su desarrollo.
Hasta feo está que hablemos de ninis o de vagos. Démosle su espacio porque el agua que no tiene espacio en la olla express tiende a reventar.
Y otra cosa he visto en mi aventura por la selva: algunos se han aprendido el papel de parásito de puta madre y no va a ser fácil darle otro papel.
Son los inconvenientes de la excesiva protección capilar.

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