miércoles, 9 de septiembre de 2009

09/09/09

Pocas veces me encuentro un nueve de septiembre de dos mil nueve. Lástima que no sean las nueve y nueve.
En fecha tan especial tengo que decir tres cosas muy especiales
La primera: me toca horriblemente la laringe que me digan lo que tengo que hacer especialmente si me lo dicen a gritos o una persona que no tiene ni puta idea de lo que hay que hacer.
La segunda: me fastidia cantidad lo imbéciles que somos y lo fácilmente que acatamos todas las gilipolleces establecidas por la mayoría. En concreto, por poner sólo un ejemplo, eso que dicen de barriguita cervecera o que la cerveza engorda es una PAMPLINA. Al volver de Marruecos y sin probar una puta birra pesaba DOS KILOS más.
La tercera es la manipulación y el chapaprieta. Estoy hasta la mismísima punta del más allá que siempre que aprietan me pilla en medio. La incapacidad y la inoperancia tendría que sacudir al que la origina. Pero no. Siempre rebota y ¡zas! el pelotazo te lo llevas.
No soy dado a expresiones soeces, sólo algunas veces, pero ya está bien de mangurrinerías. La voluntad de las personas tiene que estar por encima de los trepas y asquerosos que van para arriba pisoteando a quien sea. Los manipuladores tendrían que estar colgados por los genitales y los aprovechados, simplemente, no existir.
Convencido estoy que cuando Brassens escribio la rosa, la botella y el apretón de manos estaba tan cabreado como yo.

Esta rosa se había deslizado del
ramo que un héroe marchito
ofrecía al monumento a los Muertos.
Como todos levantaban la vista
para ver izar los colores,
yo la recogí sin remordimientos.

Y seguí mi camino y me fui a buscar
a la buena de dios, un corpiño en flor.
pués una de las peores perversiones que puede haber
es guardar una rosa para sí mismo.

La primera a quien se la ofrecí
giró la cabeza con desprecio,
la segunda escapó y corre
aún gritando “¡Socorro!”
Si la tercera me dió
un golpe con la sombrilla en la nariz,
la cuarta, fue la más malvada,
se puso a buscar un policía.

Pues, hoy en día, es descabellado,
sin ser un sospechoso, no se puede
ofrecer flores a bellas desconocidas.
Hemos caído muy bajo, muy bajo...

Y ese pobre pequeño capullo
de rosa ha adornado la chaqueta
de un estúpido y perro comisario.
¡Qué miseria!


Esta botella se había caído
de la sotana de un cura
que salía de la misa borracho perdido.

Una botella de vino fino
con denominación de origen, bendecido, divino.
Yo la recogí sin remordimientos.

Y yo seguí mi camino buscando, lleno de esperanza,
el gaznate seco de un amigo para ayudarme a beberla,
pues una de la peores perversiones que puede haber
es guardar un vino bendecido para sí mismo.

El primero rehusó mi vaso
clavándome una mirada severa,
el segundo me dijo, burlón,
que fuese a dormir la mona a otra parte.
Si el tercero, sin contemplaciones,
a la nariz me tiró el néctar,
el cuarto, fue mucho más malvado,
se puso a bucar un policía.

Pues, hoy en día, es descabellado,
sin ser un sospechoso, no se puede
brindar con desconocidos.
Hemos caído muy bajo, muy bajo...

Con la botella de vino fino
con denominación de origen, bendecido, divino
los maderos se han remojado el gaznate
¡Un verdadero escándalo!


Este pobre apretón de manos
yacía, olvidado en el camino,
por dos amigos enfadados a muerte.
Un poco desconcertado,
estaba allí, en la cuneta.
Yo lo recogí sin remordimientos.

Y seguí mi camino con la intención
de hacer circular la viril efusión,
pues una de las peores perversiones que puede haber
es guardar un apretón de manos para sí mismo.

El primero me dijo: “¡Lárgo de aquí!
que me podría ensuciar los guantes.”
el segundo, con un gesto devoto,
mi dio algunas monedas, por otra parte falsas.
Si el tercero, tío maleducado,
me escupió en mi mano tendida,
el cuarto, fue el más malvado,
se pudo a buscar un agente.

Pues, hoy en día, es descabellado,
sin ser un sopechoso, no se puede
estrechar la mano de los desconocidos.
Hemos caído muy bajo, muy bajo...


Y el pobre apretón de manos,
víctima de una suerte inhumana,
fue a terminar su carrera
¡en el calabozo!

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