Hasta las 12 y 20 no había que acudir al monumento de Carlos Marx para ir a comer y visitar el Kremlin "dondesonmuyrigurososyalahoraquetedenlacitadebesacudir"
As´que fuimos a un mercado artesanal que hay a unos cuantos kilómetros de allí. El metro en Moscú no es muy difícil y llegamos rápido a Izmalovo. Alli había muñecas rusas en miles y teniendo en cuenta que se multiplican por cinco o más ni te cuento. Gorros rusos, figuras de madera, cristal con cositas dentro. Vamos, un encanto Hasta hice un vídeo.
Fuimos a comer a un bar para turistas de la plaza roja que por tener día nos volvió a poner la misma comida y no porque fuéramos ese niño desobediente al que guardan la comida de un día para otro, no. Si no porque otra vez hojas verdes de sabor indefinido, sopa de sobra con patatas fritas y productos de la huerta y pescado en salsa indefinida. De postre plástico al limón. Y café tipo achicoria con malta de fondo hervido con frutos de algarrobo. Algo robó sobre el nido del cuco.
A las 14 y 23, siguiendo órdenes preestablecidas, atravesamos las murallas de la fortaleza que parecen de ladrillos coloraos como el Falla de Cádiz. Pero que va. Allí todos cantan a coro y no hay chirigota, aunque todo sea una, valga la redundancia. La sombra de Putin que está por allí pero llega en helicóptero, nadie sabe donde vive, ni con quien y con medidas de seguridad espectaculares sobrevuela el ambiente. El recorrido no puede ser más insulso y muy propio del carácter ruso. El cañón más grande jamás construido que el enemigo solo de verlo salía corriendo con unas balas tan grandes que podrían derribar media ciudad. Lástima que fueran más grandes que el propio cañón e inútiles por tanto. Un poco más allá una campana que no habría vaca que la sujetara que tampoco llegó nunca a sonar porque se rompió un cacho. Increible. Más allá la capilla donde bautizaban los zares a los niños y patatín, patatán, putitín, putitán. Lo más llamativo fue ver que las gruas se llevaban los coches subiéndolas con cadenas en las cuatro ruedas. A Mijail le recordó a aquella visita a Bolonia que la guía empezó a explicar y cuando se quiso dar cuenta todos se habían ido a coger caracoles.
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