El carnavá es una fiesta maravillosa porque nace en el pueblo, en el ingenio y en el arte anónimo, en la gracia innata de un vecino del barrio, en la crítica aguda del que se cabrea con algo.
Hoy todo se materializa en espectáculo y televisión. Y el carnaval también, al menos el carnaval global. Una buena chirigota o letrista que logre un primer premio en el gran teatro Falla está muy cotizado, su fama alcanza las cumbres. Pero eso es peligroso porque puede cambiar el orden de las cosas.
En CARNAVÁ es lícito ganar dinero con lo que uno escribe, pero no hay que escribir pá ganar dinero.
En CARNAVÁ hay que decir todo lo que se piensa y escribir con el corazón, pero no hay que buscar el corazón del que escucha y escribir lo que pensamos que es su opinión.
En CARNAVÁ se puede adornar un poco, es decir, puede haber cierta parafernalia. Pero la parafernalia no debe ser el meollo de la cuestión o de la agrupación.
En CARNAVÁ la calle es el teatro. Las ilegales son las de ley porque no te piden nada a cambio, si acaso le invitamos a unas manzanillas.
En CARNAVÁ no hay que provocar la risa o el aplauso o el pellizco. La risa, el aplauso o el pellizco vienen solitos.
No hay silencio más respetuoso que el de escuchar a una agrupación rodeada de cuatro o cinco que también están cantando cosas divertidas y geniales, pero con humildad y sin creérselo mucho ni querer hacerse rico.
El CARNAVÁ no quiere famoseo de cómicos de Sevilla ni de artistas por el patio de butacas del Falla haciéndose publicidad. El CARNAVÁ ama lo desconicido, lo nuevo, lo mordaz y huye de lo repetido, de las recetas de siempre, de la hoja de papel carbón que todos los años hace el mismo pasodoble al día del padre, al hijo sin padre y al abuelo que cuida a los hijos del padre y termina el pasodoble diciendo que a mi con arrancá tu aplauso tengo bastante que no me gusta arrancá remolacha.
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