El miércoles pasado tuve una tarde como las de antes, me metí en un par de subastas de discos de vinilo y me encontré conmigo mismo. Entre disco y disco reflexionaba del daño profundo que crea vivir en la red, como un daño irreversible de no vivir de verdad, que es la muerte a pellizcos.
Desde ese miércoles que no quise vivir en la red he descubierto que tal vez el problema no sea facebú o tuiter, que no tengo, ni esa otra de las fotos de cuyo nombre no logro acordarme. El problema es el móvil, ese rectángulo de 16 por 6 que nos tiene acogotados, que se come nuestra vida, que nos hace malvivir en realidades que no son.

Tengo ya varios amigos que se han desconectados. Admitidme en vuestro club y gocemos de la vida, de la cerveza en directo y no de paparruchas virtuales.
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