Hace calor, dentro y fuera de la cafetera. En el lugar de la casa donde se está mejor es en el subsuelo.
En el subsuelo guardo mis recuerdos y de temps en temps, cuando tengo tiempo, revivo recuerdos y tiempos.
De vez en cuando la vida se puede volver a ver en momentos. Primero me llegó una foto de mi abuelo. Su figura me evocaron los recuerdos de muchos veranos en Rota. A las ocho y media de la mañana llegaba él de trabajar de un oficio que no le gustaba nada. Mi abuelo había tenido siempre un tabanco de vino pero se dejaba embaucar con facilidad porque tenía buen corazón. La mitad de los vasos de vino no los cobraba y en aquellos tiempos en los que tanto había que olvidar él no puso el cartelito "Si bebes para olvidar paga antes de empezar". Aunque llegaba cansado todos los días me llevaba a la plaza para comprarme unos churros. Lo recuerdo por la calle y pegarse a la pared por las estrechas calles de Rota cuando pasaba un coche. Pegaba la espalda a la pared y abría los brazos, a mi me hacía hacer lo mismo y yo entendía que un coche era un gran peligro. Murió en marzo del 75, cuando yo tenía 13 años y él la cabeza ida. Mis veranos en Rota siguieron pero sin él ya no fueron igual.
Perdido en el armario había una carpeta con olor a piel porque la compré en Marruecos por el 80 con más de 100 letras traducidas de Brassens. Y por allí también el periódico del 81 que compré cuando Brassens murió. En estos días le he buscado un espacio en la pared en parte principal y allí lo he puesto con todos los honores. Hoy, escuchando el concierto de Paco en el Palau, antes de cantar La Mala Reputación, reconoce ante el público que si él está allí es gracias a Brassens. Merece la pena verlo aunque nos adelantemos en el tiempo. Paco Ibáñez.
Después en viejas fotos me encontré con un chico 31 años más joven en La Graciosa. Allí estaba José, el Gallego, José Antonio, unos amigos y un gran mero de aquellos que comprábamos. La isla se prestaba a la lectura y me leí muchas novelas francesas y rusas. De Camus a Sartre. Allí estaba más delgado que una caña de pescar con un chalequito un tanto ridículo pero muy feliz.
Arrugada en un rincón del armario estaba la camiseta que me regaló Mauricio Geara del Libano. Era una camiseta talla XXXXL y no me la había puesto. Mauricio era médico libanés y fundador de SOJE. Con él trabajé mano a mano para hacer dos fiestas solidarias, una para Libano y otra para Jerez, de los que obstuvimos buenos dividendos que dieron como resultado unos columpios para los niños en el Líbano y un cheque con 4000 euros para SOJE. Era el año 2009. Esta fue una entrada del momento.
Mauricio trabajó conmigo otro año más y después estuvo cuatro años más visitándome. En junio del año pasado vino a despedirse antes de irse para el Libano y desgraciadamente murió en accidente de coche. La vida y la muerte están muy juntas.
Y salí del subsótano y aunque el calor seguía entré en una tienda y me encontré con una preciosa antología de Pablo Guerrero. No lo dudé un momento y me la compré. Tres discos que quiero escuchar con calma en el mes de agosto. He leido los temas y es un poeta enorme.
Y ya. No tenía internet y el mundo ha merecido quizá más la pena. Cuanto menos, más. Grecia y las incomunidades europeas me devolvieron a la estúpida realidad y la película se acabó.
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