
Recuerdos vividos durante casi dos décadas.
Décadas compuestas por tres quinquenios completos. De cada parte de tu vida aprendes y en ese sutil aprendizaje a veces la vida se emplea con mano más gruesa y podemos decir aquello de que la vivencia con sangre entra.
Más de diez años habían pasado desde la última vez que Miguel recorrió aquellos lugares y una sombra de melancolía circulaba por la calle principal de su alma. Era un atardecer eléctrico que no encendía, sin embargo, una nostalgia dichosa.
La hermosa estepa molinesa se rendía al crepúsculo y las sombras de las casas atravesaban cual símil semántico y romántico los sentimientos de Stregofffff.


Aquella puerta para seguir recordando se opuso con mano firme a la memoria. La cerradura personificó el desencuentro y con hostilidad se mostró desafiante. Fue imposible abrirla. Algún malintencionado la había golpeado y la llave se quedó presa en su interior. Vanos intentos para entrar, otros cuantos para retirar la llave que prefirió romperse y quedarse con la punta dentro en un coito metálico y frío sin vaginesil ni tres en uno.

La vida es lo que es. Grandes palacios con grandes señores son, con el tiempo, solares abandonados. La lucha diaria del mantenimiento es un sarcasmo ingrato. Miguel se dio media vuelta para volver por donde había venido, por unos veranos maravillosos donde la familia creció, jugó y vivió momentos muy gratos. A los abuelos que Dios los tenga en su gloria. Y a los personajillos que facilitaron la extorsión de la felicidad, en esta misma vida hallarán su descalabro.
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