Después de tomar churros me iba a la playa. La Costilla es la mejor playa del mundo. Y es la mejor porque la viví de niño. Baño, fútbol, baño y a casa. Después era el turno de la mejor cocinera del mundo: mi abuela. Urta en tomate, pavo, pescado frito. Manjares exquisitos todos ellos.
Después, como un rey, me retiraba a mis aposentos. Una habitación en la parte alta de la casa que cerraba por dentro para sacar fuera de mi flujos adolescentes. Un día que me encontré un paquete de winston por la calle me fumé tres del tirón y dormí del tirón seis horas. Me desperté en otro mundo y una fatiguita enorme.
Así pasé cinco o seis veranos. Por la tarde no me gustaba ir a la playa y me iba a la biblioteca y a visitar a otros tíos que vivían cerca. De vez en cuando me daban un duro o cinco pesetas y yo era un duro más rico que el más rico de la tierra.
Por la noche me iba con mis primos al Cine Playa, un cine de verano donde ví las mejores películas del momento, todas las de Trinidad y todas las películas del oeste. Pero me lo pasaba bien.
Hoy, 40 años después, he vuelto a la casa. La estamos vaciando porque hay que arreglarla. Pero los recuerdos han venido a mi como una ola. Hermosas eran las olas de hace 40 años.

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