
La verdá es que er Casiano no tuvo mucho cacé. Dejó a los gorrinos en er pueblo, se puso sus zapatos de domingo con carcetines blancos, la camisa de franela y la gorra que le robó al novio de Raffaella Cabrá y a contá.
Primero aclaró que en er pueblo se le llama ar pan pan y ar vino café, pá que no parezca que uno bebe. Después dijo que aunque en el pueblo se le decía bobo al que era un poco bobo, naide es quien paece y que a lo mejó el bobo le daba sopas con cucharón a los listos. Ese era Juan el Bobo que fue a la feria y un pasté quiso comprá y le dijo al pastelero que se lo dejara probá. Para probar el pastel haz de pagarlo primero, le dijo el pastelero.
¿Cómo quieres que lo pague, dijo el bobo, sin dinero?
Como la historia de aquel pobre que fue al pueblo a sacarse una muela con el dinero justico y con más hambre que el perro un ciego. Delante de un escaparate se relamía de gusto y dos señoritingos quisieron reirse de él. Apostó que se comería tós los pasteles y cuando perdió tuvo que quitarse una muela. Comió, se quitó la muela y seguía con el dinero en el bolsillo. ¿Quién fue el tonto?
Y de ahí la historia de Epaminonda. Esas personas que te encargan que hagas esto o lo otro. Y siempre te equivocas por seguir sus sabios consejos.
Y la hermosa historia de Juan el Bobo. La historia de ese chico que quiso ayudarle a su madre vendiendo un jamón, una cabra y un bote de miel. Y como lo hizo.
Y de los bobos al listo. El cuento de los dos compadres y como le vendió un burro que cagaba monedas, un conejo que daba mensajes o una guitarra que resucitaba a los muertos. Un poquillo escatológico pero el pueblo es como es.
Con eso y los títeres que hicieron los chavales, un pedazo de día. Eso sí, sin bocadillo de jamón.
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