Desgraciadamente he seguido conociendo miserables. Las caseras de los pisos son un claro ejemplo. Si tienes a tu hijo estudiando en cualquier ciudad universitaria las odiarás tanto como yo. Viejas y viejos que exprimen un duro pero que ven normal recibir por su piso 800 euros, a razón de doscientos euros por estudiante. Un piso que se cae, nueve mil euros anuales. Y encima se permiten el lujo de hacerte la peineta mensualmente.

La cocina no necesita gas ni electricidad, arde por si sola. La pringue la hace arder. La lavadora no funciona pero recibe agua para echarla fuera y que el estudiante se mantenga entretenido recogiéndola.
Son mezquinos y todos están cortados por el mismo patrón: el estudiante es malo y hay que sacarle las tripas. Se quedarán con la fianza porque la pared está infame, jeje. ¿Y como estaba?
Hoy una casera cualquiera, sin gas y sin burbuja, me ha llamado con exigencias. Después de aguantarla durante un año, de aguantar que no hubiera calefacción cuando me garantizó que sí, de que no funcionara ni un solo electrodoméstico del piso y de aguantar sus mil infamias, le he dicho un par de palabras más altas que otra. Y ahora va diciendo que soy un maleducado. Se llama Natividad, pero en su propia mezquindad se ha quedado en Nati. Si la conoces, no le alquiles.
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