

Lo intenté con más fuerzas y, al abrir. el palo de la mopa me golpeó en la frente con violencia. La fregona estaba con el pelo revuelto y los brazos en jarra. Todos atrincherados me habían declarado la guerra:

- Eso, eso. Gritó la fregona.
Con arañazos del cepillo y un salivazo de la botella de lejía, intenté negociar.
- Dejadme al menos la aspiradora. Si viene mi mujer y no he limpiado, la guerra será más encarnizada.
Como si se tratara de un rehén, logré sacar la aspiradora. Pero observé que era la cabecilla de la conspiración y que tenía que andarme con cuidado.
Efectivamente. Nada más enchufarla me succionó el brazo con una violencia inusitada. Era imposible de manejar. Decidí apagarla y al recoger el cable noté sobre la piernas que el cable me rodeaba como una serpiente pitón. Arrastrándome hasta la cocina logré alcanzar un cuchillo y cortar el cable en varios trozos.
Decidí dejar la limpieza por imposible. Al poco llegó mi mujer y para colmo no me creyó ni una palabra.
¡¡MUJERES!!
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