
El pastelero
de mi pueblo era un tipo dulce. De pequeño era un pitisu y de adolescente era
un bollicao. En nuestro pueblo era la
creme de la creme.
El secreto
no lo tenía en la masa, sino en la manga. Su manga de pastelero era la más
grande y la más fácil de armar. En tan solo dos segundos, una palabra amable,
un cuerpo esbelto, y nuestro pastelero se convertía en la letra T invertida,
aunque él era muy macho.
En los
bailes del casino nuestro pastelero prefería el merengue porque bailar pegado
no era bailar, era elevar al séptimo cielo a su pareja. Veíamos levitar a las
chicas y nos reíamos de la manga del pastelero.
No podía ir
a la playa. En bañador y viendo mujeres en bikini… aquello era la manga del mar
mayor.

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